LA UTOPÍA FRANCISCANA EN FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

INTRODUCCIÓN

A grandes rasgos, al hablar de una utopía, entendemos un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que se nos presenta como irrealizable al momento de su formulación. Todos hemos tenido, la necesidad de pensar en otras alternativas, de buscar soluciones a los problemas y malestares del mundo que habitamos. Es evidente que no todas las respuestas son viables, a veces ni siquiera coherentes, pero es indudable que existe en cada hombre el anhelo de un mejor lugar.  
Uno de estos hombres es fray Bartolomé de Las Casas, uno de los más importantes pensadores del siglo XVI. Su utopía, que, en cierto modo, sigue siendo la de muchos, consistía, fundamentalmente, en el bienestar y la libertad (lo que actualmente llamamos derechos humanos) de los indígenas americanos. Sin embargo, no podemos afirmar con tanta facilidad que Las Casas era un simple utopista. Es necesario, primero que nada,  hacer unas aclaraciones a este respecto. Su utopía es resultado de una serie de elementos que vamos a analizar en el presente estudio. Muchos de estos elementos están relacionados con el pensamiento franciscano,  por ello hablamos de una “utopía franciscana”, aunque fray Bartolomé era parte de la orden de los dominicos. Vamos a basarnos en su Brevísima Relación de la destrucción de las Indias. Esta es una de sus obras más famosas. Algunos la catalogan como una antología de horrores[1] que, sin embargo, procuraba demostrar, sin falsedades ni invenciones,  lo injustas y perjudiciales que eran las encomiendas españolas en el Nuevo Mundo.
En torno a fray Bartolomé de Las Casas y su Brevísima relación, como ya señalaron varios estudiosos[2], se han formado dos bandos opuestos: los que ven en él al fraile inquieto, exaltado, sembrador de tempestades, causante casi único de la “leyenda negra” contra España; en el otro bando están quienes lo consideran el insobornable defensor de los indios vencidos y de la dignidad humana, y el que, en definitiva, salvó el honor de España. Nosotros optamos por verlo como un hombre que se preocupó por sus semejantes y, más importante aún, se dedicó a ayudarlos.
Es importante conocer el pensamiento de Las Casas, los fundamentos y trasfondos de su utopía y, más aún, preguntarnos qué tan vigentes siguen los problemas a los que se enfrenta y qué podemos luz podemos obtener de sus escritos e ideas.




LA FILOSOFÍA DE LAS CASAS

Como decíamos más arriba, lo que nos interesa es saber en qué consiste la utopía franciscana de fray Bartolomé de Las Casas. Sin embargo, es necesario que primero entendamos los fundamentos teóricos de su pensamiento, para una mejor comprensión de sus propósitos e ideas. Además, conocer lo que podemos llamar “su filosofía” echa luces sobre los puntos de contacto entre él y los franciscanos, y nos muestra la importancia de su Brevísima relación.
Bartolomé de Las Casas (1484-1566) fue un fraile dominico español que defendió los derechos de los indios como ningún otro. Por ello su aportación doctrinal puede centrarse en la antropología filosófica, la filosofía social o política y la filosofía del derecho.[3]
Su pensamiento es de carácter escolástico, pero se ha demostrado[4] que existe en él un influjo del erasmismo, a través de personas que lo acompañaban en la corte de Carlos V. Se puede apuntar como rasgo humanista la valoración que hace Las Casas de la cultura de los indios durante su historia anterior al descubrimiento, consciente de que había lo que podemos llamar un humanismo indígena. Pero, sin lugar a dudas, la muestra más importante de su capacidad y de la coherencia que mantuvo en la argumentación de toda su obra se manifestó en el debate que tuvo con Juan Ginés de Sepúlveda.
Sepúlveda, en una interpretación de Aristóteles, argumentaba que los indios eran unos bárbaros y que, por ello, eran siervos por naturaleza. En respuesta, Las Casas, valiéndose de su formación aristotélico-tomista, formuló lo que llamamos su concepto antropológico-filosófico de la persona humana[5]. Según, este concepto, la naturaleza humana consta de un cuerpo y un alma espiritual, a la que advienen predicados esenciales y propios, y que hacen surgir los deberes y los derechos. Todos los hombres cumplen con los predicados; unívocamente y sin jerarquías ni privilegios. No existen entre ellos diferencias ni esenciales ni substanciales, sino accidentales. Además, el hombre posee la racionalidad, y de ella se deriva la libertad. Pues de la conjunción entre razón y voluntad (en la que la primera guía a la segunda) resulta la libertad. Entonces, si el primer atributo es la razón y el segundo la libertad, el tercero es la sociabilidad; y la religiosidad viene de estos tres atributos. De la racionalidad se deriva la búsqueda de la verdad, de la libertad la búsqueda del bien, y de ambas la religiosidad pues es la búsqueda de la Máxima Verdad y el Sumo Bien, que es Dios. Sin embargo, la sola razón natural no alcanza para llegar a la religiosidad perfecta, y por ello se hace necesaria la revelación. Esto constituye un derecho del hombre, a saber, tener acceso a la verdadera fe, lo que hace necesaria la predicación a los indios. Además, y para evitar la aplicación simplista de la teoría de Aristóteles, Las Casas habla de los cuatro tipos de barbarie que describe el filósofo griego. El primer sentido que el término puede tener es impropio, es decir, que comprende a todos aquellos hombres que son crueles e inhumanos y que se comportan como tales. Y en este caso, si entendemos así el término los mismos españoles –dice Las Casas- caerían bajo este apelativo. El segundo sentido es el de aquellos hombres que no hablan el idioma de otro pueblo o que no tienen un idioma constituido como tal. Esto nos remite a cualquier pueblo, y no justifica la esclavitud. El tercer sentido se refiere a los hombres de pésimo instinto, crueles, feroces, aquellos que son más bestias que humanos. Estos son lo que, según Aristóteles, hay que someter. Sin embargo, por su naturaleza, este tipo de hombres son raras excepciones y no todo un pueblo, pues afirmar que Dios es capaz de crear a tantos seres imperfectos es dudar de su perfección. En el cuarto tipo están los no-cristianos, en este caso los indios. Pero ellos no tienen la culpa de su condición; por eso hay que atraerlos a la verdadera fe, no con la violencia sino con el amor. Esto es el deber de los cristianos y el derecho de los indígenas.
En este debate con Sepúlveda en particular y en los enfrentamientos con casi todos los conquistadores, colonos, encomenderos y religiosos evangelizadores los conceptos clave son la guerra justa, la evangelización por fuerza y la encomienda, siendo la oposición a este último lo que lo llevaría a escribir su Brevísima relación.
Lo que subyace en el fondo de estos conceptos polémicos y polemizados es el carácter humano o no humano, de bárbaros o civilizados, de hijos de dios o hijos del diablo de los indios[6].
Podemos resumir el pensamiento de fray Bartolomé de Las Casas en cuatro puntos o ideas principales: 1) los indios no carecen del uso de la razón; por el contrario: son seres muy capaces, por lo que carece de fundamento tenerlos de siervos “a natura”; 2) esclavizarlos o reducirlos a servidumbre es algo que va en contra de la religión cristiana; 3) apelar a que son siervos “a natura” no es más que un pretexto para tiranizar; y 4) las guerras contra ellos han sido siempre injustas, y no sólo no les deberían despojar de lo suyo, si no que se les debería restituir lo que se les ha tomado, por haber sido un robo.




LA UTOPÍA

Después de esto, estamos listos para ver que relación tiene fray Bartolomé de Las Casas con la utopía franciscana.  Encontramos cuatro principales puntos de contacto: a) la idealización de los indígenas, b) las tendencias erasmistas, c) el deseo de una iglesia indiana libre de los malos ejemplos de los españoles, y d) la importancia de los evangelios y la concepción del cristianismo.

a) La idealización de los indígenas.

Las aspiraciones utópicas del catolicismo medieval, todavía vivas, fueron una vez más, despertadas por el descubrimiento de esa “isla lejana” que fue América. En el Nuevo Mundo, las órdenes, recién llegadas, intentaron construir una sociedad a su imagen y semejanza.
Y en el caso de los franciscanos, que encerraban en su pensamiento el principio de la regeneración de la humanidad, había la esperanza de una reforma general del mundo, esperanza que se materializó en los indígenas. Para ellos y para fray Bartolomé, los indios eran simples, con una falta total de codicia, pobres, pacíficos y dulces; era necesario solamente convertirlos a la fe para construir una república perfecta de hombres bienaventurados, que pudieran esperar en paz el Juicio Final[7]. Eran, como el resto de los hombres, creaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza; seres racionales, en esencia, que por bárbaros y brutos que fueran en apariencia siempre estaban en disposición de convertirse en seres políticos y sociales, capaces de hallar la salvación en la verdadera fe.
Podemos encontrar la expresión de estas ideas en toda la Brevísima relación. Por ejemplo en el prólogo que dirige a Felipe II, cuando le dice: “aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden”.[8]

b) Las tendencias erasmistas.

Como señalamos más arriba, a pesar de su educación escolástica medieval, se sabe que Las Casas tuvo cierto influjo erasmista, influjo que comparte con los franciscanos. Este influjo consiste, entre otras cosas, en una pronunciada tendencia a dar a las nuevas comunidades de creyentes un sentido de solidaridad social, amplia y efectiva que faltaba en las peninsulares. Abunda la idea y el propósito de que la hermandad cristiana, presidida por el principio de amor al prójimo, debe tener alcance general, trascender a todos los aspectos de la vida. Y ser, por tanto, correctivo de la desigualdad social.[9]
Franca, optimista, profundamente positiva, la doctrina de Las Casas, revestida de este aspecto del erasmismo, se ofreció como una reacción contra toda discriminación racial, contra todo orgullo racionalista. La igualdad del hombre, en su racionalidad halla en fray Bartolomé un buen expositor. Este constante argumento a favor de la vida, la libertad y el trato humano se encuentra repetidas veces: “incumbía por su oficio pastoral darles remedio para su ceguedad y peligro, lo cual no suele darse por otra vía después de la predicación y la doctrina”[10].


c) El deseo de una iglesia indiana libre de los malos ejemplos de los españoles

En 1516, cuando el regente Cisneros le pidió a fray Bartolomé que propusiera un plan para remediar la situación que denunciaba, él propuso que se formaran comunidades de indos libres, gobernados por caciques elegidos por los propios indios, supervisados por funcionarios españoles y con el compromiso de pagar algún tributo a la Corona. Todo estaría bajo la autoridad de una comisión. La finalidad de esto era la supresión de la encomienda. Este intento fracasó, por lo que Las Casas hizo uno nuevo, que consistía en una colonización pacífica por medio de campesinos españoles, que fueran a mezclarse y a enseñar a los indígenas como cultivar la tierra, otras artes y, sobre todo, para que, viviendo cristianamente entre ellos, atrajesen su voluntad hacia el cristianismo. Este intento también fracasó[11].
A pesar de la imposibilidad de su realización estas utopías de fray Bartolomé son importantes, porque demuestran la capacidad del este hombre para denunciar con la historia y la filosofía como armas y de proponer para logar la igualdad de los hijos de Dios.
El punto de contacto con los franciscanos está justamente en la tendencia a fundar una nueva república con una nueva iglesia en la que los indios no fueran corrompidos por los codiciosos españoles. Existía el deseo de fundar en Nueva España una Iglesia como la de los primeros tiempos, un regreso a lo primitivo en una nueva tierra. Había que aprovechar la naturaleza mansa de los indios, que los predisponía no sólo a ser buenos cristianos sino varones perfectos y apostólicos; que una vez convertidos se acercaban a los sacramentos con tanta fe y constancia que daban el ejemplo a los mismos españoles[12].


d) La importancia de los evangelios y la concepción del cristianismo

Toda utopía requiere de una esperanza, y la que los franciscanos y fray Bartolomé compartían era la de una reforma general del mundo y la situación que enfrentaba, está se daría por la restauración del Evangelio, llegando a un estado de igualdad y perfección. La diferencia estaría únicamente, en que Bartolomé no sólo cree en la importancia de aplicar el Evangelio, sino que lo usa para argumentar, combinándolo con sus bases escolásticas.
El caso de la concepción del cristianismo de Las Casas y de los franciscanos es más complejo, porque el cristianismo sufrió una serie importante de cambios durante el final de la Edad Media y el Renacimiento. Con el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, sus habitantes fueron puestos a la hora del capitalismo mercantil de occidente, desde el momento en que la masa de la población india fue puesta a trabajar en beneficio de los conquistadores y de los hombres de negocios españoles. Pero también ideológicamente, porque la conversión de los indios por las órdenes los introdujo a un cristianismo portador ya, de la mentalidad mercantil[13].  En ese sentido, el aspecto más profundamente renovador del franciscanismo era el deseo de regresar al cristianismo a su pureza original. Este pensamiento que abarca todos los otros elementos del ideal de san Francisco, fue el que propició que las corrientes que buscaban un cambio dentro de la Iglesia encontraran simpatizantes en la orden de frailes menores[14].
Por su parte, fray Bartolomé de Las Casas se sale del cristianismo de la mayoría de sus compatriotas, pero también del cristianismo a secas; rebasa sus fronteras para, desde una perspectiva humana, criticar las acciones de los cristianos. Sin embargo existe un punto de contacto importantísimo entre las concepciones del cristianismo de Las Casas y los franciscanos: el anteponer la práctica de los evangelios a las normas de la iglesia. La mayoría de los cristianos (conquistadores, colonos y hasta religiosos) no podía ni quería vivir el cristianismo de los Evangelios, porque se los impedían sus intereses, o simplemente su incapacidad de ver más allá. Pero tampoco podían negar que fray Bartolomé tuviera razón, pues eso implicaba negar ser aquello que, sin serlo, pretendían ser.
La perspectiva del hombre hace que Las Casas sea más cristiano que los cristianos. Es notable su preferencia por la libertad a la evangelización, pues sabe bien que no puede existir ésta sin aquella, por ello apuntaba que un bautismo sin concientización y sin conversión íntima es mojarle la cabeza a un idólatra. Además de exponer la gran contradicción de los españoles: siendo la evangelización la aceptación consiente y voluntaria del mensaje de Jesús, y la guerra, una irrupción violenta, destructora y sembradora de odios y resentimientos, destruye toda posibilidad de evangelización[15].




Para concluir no queda más que recordar lo necesarias que son los utopías para la humanidad. Sin la utopía de Las Casas, la voz de los indios no habría podido escucharse. Respecto a la leyenda negra, consideramos que esta no depende tanto de la Brevísima relación como de la necesidad de los protestantes de poner al resto de Europa en contra de España, es decir, que pudo hacerse con o sin la obra de fray Bartolomé. Pero, de no existir ésta, la historia de la lucha por lo derechos y la dignidad del hombre, habría perdido a uno de sus más grandes exponentes.
Estamos de acuerdo con quien[16] asegura que en la vida y obra de Las Casas existe una grandeza que es, al mismo tiempo, la debilidad del polémico fraile: la grandeza está en que en el terreno teórico nunca fue rebatido, y no lo fue porque, sencillamente, era irrebatible; su debilidad estuvo en que siempre fue derrotado en el terreno práctico.  Sin embargo, su visión es fundamental pues en ella todos los conquistadores, todos las personas esforzadas y deslumbrantes de tantas historias y crónicas, no pasan de ser figuras tenebrosas, crueles e insensibles, sin piedad ni caridad cristiana. A la tela épica Las Casas le da la vuelta y muestra su revés –o su derecho-, la miseria, la crueldad hecha un hábito, la impiedad de la espada de Aquiles[17].



























BIBLIOGRAFÍA

DIRECTA:
LAS CASAS, Bartolomé de, Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Madrid, Jorge A. Mestas, 2006.

INDIRECTA:

BEUCHOT, Mauricio, Historia de la filosofía en el México colonial. Barcelona, Herdor, 1996.

CAMORLINGA ALCARAZ, José María, El choque de dos culturas (dos religiones). México, Plaza y Valdés, 1993.

MIRANDA, Francisco, et. al., Iglesia y religiosidad. México, El Colegio de México, 1992.

NETTEL DÍAZ, Patricia, La utopía franciscana en la Nueva España. México, UAM, 1989.

RUBIAL, Antonio, La hermana pobreza. El franciscanismo: de la Edad Media a la evangelización novohispana. México, FFyL UNAM, 1996.

SALAS, Alberto M., Tres cronistas de indias. Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Bartolomé de Las Casas. México, FCE, 1959. 









[1] Alberto M. SALAS, Tres cronistas de indias. pp. 275.
[2] José María CAMORLINGA ALCARAZ, El choque de dos culturas (y dos religiones), pp. 79.
[3] Mauricio BEUCHOT, Historia de la filosofía en el México colonial, pp. 62.
[4] Marcel Bataillum, citado por Mauricio Beuchot. Ibídem, pp. 63.
[5] Todo este apartado es un breve resumen  del texto de Beuchot.
[6] José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 85.
[7] Patricia NETTEL DÍAZ, La utopía franciscana en la Nueva España, pp. 18
[8] Bartolomé de LAS CASAS, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, pp. 16.
[9] Francisco MIRANDA, et. al., Iglesia y religiosidad, pp. 30.
[10] Ibídem, pp. 134.
[11] José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 84.
[12] Antonio RUBIAL, La hermana pobreza. El franciscanismo: de la Edad Media a la evangelización novohispana, pp. 120.
[13] Patricia NETTEL DÍAZ, Opp. cit., pp. 21.
[14] Antonio RUBIAL, Opp. cit., pp. 102
[15]  José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 93.
[16] Ídem.
[17] Alberto M. SALAS, Opp. cit., pp. 276. 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por tu artículo Jacqueline. Antonio.

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