El proceso



En la era del ser exactos, en la era
de la materia no nos damos cuenta
de cómo no tenemos tiempo
para ser más seres humanos.
(Rodrigo González)


De acuerdo con Fischer, Franz Kafka es quien “sentía con más intensidad que cualquier otro artista anterior la alineación de los seres humanos”. En ese sentido, son sus obras quienes dan cuenta de esta conciencia de la alineación. Por alineación se entiende un proceso mediante el cual el hombre enajenado y reificado cede su lugar central y su poder a los productos y al mercado. Este hombre fragmentado por la división psicológica y social del trabajo no es conciente de la ruptura de su unidad vital y, por tanto, de su deshumanización.


En un plano menos teórico, por decirlo de alguna forma, El proceso de Kafka, más que una historia, es una visión del mundo, un mundo alineado y autoenajenado. Podríamos empezar con Joseph K.: ¿por qué durante casi toda la novela es llamado, simplemente, K.? El desconocimiento del nombre del personaje es una correspondencia “formal” con el desconocimiento de la realidad que tienen el propio personaje y su sociedad. En efecto, es la ignorancia de las masas la que perpetúa y fomenta la inacción, al tiempo que “cubre -según Marcuse- el análisis filosófico”.

K. trabaja para un banco y es el “orgullo de su familia”. Mientras puede vivir acomodadamente y sin problemas en la pensión de la señora Grubach, no tiene necesidad de cuestionar ni su entorno, ni su vida ni su actuar. Así, el proceso que se inicia en contra suya es una ruptura de su status quo que lo obliga a pensar su realidad. Un ejemplo de esto es la relación que K. lleva con las mujeres. Para él son un objeto utilitario, primero de placer (Elsa) y después
como herramientas para salir bien librado del proceso. Pero es conforme las conoce y solicita que se da cuenta de esta relación “utilitaria”, relación mercantilista propia de una época en la que el hombre es, para el hombre, un medio para un fin. En ese sentido, K. piensa: “Estoy tras quien me ayude: primero la señorita Bürstner; luego, la mujer del ujier y, por último, esta menuda enfermera”.


La conciencia que va adquiriendo K. no tanto del enmarañado mecanismo de su proceso como del estado decadente y negativo de su sociedad se construye también a partir de preguntas. Constantemente, y como bien señala Fischer, K. se pregunta “¿Quién decide? ¿Quién está a cargo de todo? ¿A quién podemos dirigirnos en busca de justicia y de ayuda?” A estos cuestionamientos yo añadiría uno más: en medio de este gran “maquina” en la que cada hombre no es más que una pequeña pieza movible, ¿K. tiene opciones?, ¿las tenemos nosotros? La respuesta que da Kafka respecto a K. es la siguiente: “ya no tenía la opción entre acceder al proceso o rechazarlo; se hallaba completamente metido en él y era necesario defenderse”. La forma de defensa de K. era un programa que él mismo había planeado. Pero si pensamos a la novela de Kafka como una alegoría de nuestra propia alineación, nuestra forma de defensa no es otra que el arte. El arte como el encargado de denunciar el proceso de degradación pero, sobre todo, como una forma de recuperar nuestro ser completo a través de la educación estética. De ahí que las Cartas sobre la educación estética del hombre fueran la inspiración de las Vanguardias.


Hablemos, por último, de la sociedad de K. Como hemos dicho, estamos ante –y en- una sociedad enajenada en la que la razón y su lógica de la represión y el utilitarismo han convertido al mercado de cambio en mercado de beneficio, y al hombre en objeto, en mercancía. Esto es, en gran medida, consecuencia de la enajenación de la sociedad. Una sociedad enajenada, en la que “nadie sabe nada”, es, según Benjamin, aquella en la que “las masas son espectadoras de su propia destrucción sin que sean capaces de darse cuenta de ello”; aquella en la que la estetización de la vida política y social es capaz de encubrir exitosamente la ausencia de libertad y las terribles consecuencias del
capitalismo salvaje. Al respecto, Kafka describe una inmensa estructura jerárquica en la que todos son “subalternos” y ninguno sabe más de lo que necesita saber para embonar en un puesto burocrático determinado. Describe también, dentro de las oficinas en las que se lleva el proceso de K., a una masa dividida en dos secciones la cual reacciona favorable o negativamente ante los discursos por la forma en que son expresados (el tono, la cantidad de palabras, la presencia del orador) y no por su contenido, por ello K., al escuchar los aplausos que merecieron sus palabras, piensa “es fácil ganarse la voluntad de esta gente”.


El proceso es una alegoría de la alineación y la enajenación de la sociedad y como tal refleja la angustia y la preocupación de Kafka ante la reificación del hombre, la pérdida de su humanidad y la tendencia a colocar los objetos en el lugar en que debería estar el hombre.


2 comentarios:

LARRY56 dijo...

Me parece muy interesante tu disección del Proceso. Entiendo que mas que alineación cabría decir encasillamiento definitivo de las piezas del puzzle mediocre de las personas en la sociedad. Creo ademas que, más que "autoenajenado" el mundo, según lo concibe Kafka, está determinado a su autodestrucción como propia condición estructural del mismo. Quiero decir que creo que Kafka no ve luz, pues el autoenajenado podría desenajenarse. En todo caso, me someto a tu mejor criterio y te felicito por el fantástico análisis.
J. Urbistondo

LARRY56 dijo...

Me parece muy interesante tu disección del Proceso. Entiendo que mas que alineación cabría decir encasillamiento definitivo de las piezas del puzzle mediocre de las personas en la sociedad. Creo ademas que, más que "autoenajenado" el mundo, según lo concibe Kafka, está determinado a su autodestrucción como propia condición estructural del mismo. Quiero decir que creo que Kafka no ve luz, pues el autoenajenado podría desenajenarse. En todo caso, me someto a tu mejor criterio y te felicito por el fantástico análisis.
J. Urbistondo

Publicar un comentario