El "fin del mundo" vs La Conflagración universal

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Lo sé: muchos estamos más que hartos del tema del Fin del mundo; tenemos muy claro que, para variar, es pura mercadotecnia gringa, y que unos idiotas sin talento se sintieron especialistas en cultura Maya y tuvieron la brillante idea de lucrar con su mala lectura de uno de los cinco calendarios. 

Recuerdo que mi maestra de Literatura maya, la hermosa y sabia Simonetta, se puso furiosa cuando se enteró de lo que estaban haciendo estos pseudoinvestigadores. Nos explicaba que, en primer lugar, los cinco calendarios tienen bases matemáticas más que finalidades proféticas; en segundo lugar, la coincidencia entre fechas (el 22 de diciembre y la fecha era de los mayas) no es tal porque, si bien empata en 4 ajau (13.0.0.0.0 o 12 * 144 000 días), no lo hace en el final de dicha cifra pues la fecha era termina en 8 kumkú, mientras el 22 de diciembre termina en 13 kan kin; en tercer lugar, lo único que sucede es un movimiento planetario que los mayas calcularon a partir del Calendario de Venus (el más exacto).

Y si ya sé todo esto, ¿cómo para qué escribir esta entrada? Sucede que estoy de vacaciones y tengo mucho tiempo libre, y además, gracias a algunas burlas y comentarios de tuiteros, recordé la idea de la creación y "destrucción" del mundo que tienen mis amados estoicos. Esto es la Conflagración universal. Esta teoría, parte fundamental de la física estoica, viene de Heráclito, y se parece bastante al Eterno retorno nitzscheano.

De acuerdo con los primeros estoicos (Zenón, Cleantes y Crisipo) el mundo está formado por los cuatro elementos (fuego, aire, agua, tierra). Pero estos cuatro elementos, a su vez, provienen de un fuego primigenio o proto fuego, aquel pricipio racional que crea, ordena y mantiene a todo el cosmos -no olvidemos que, para los estoicos, "Dios es otro modo de ser de la materia"-. Así, el fuego es el principio creador que condensa al universo, es el Logos inmanente y, como tal, está en cada cosa. 

Diógenes Laercio (VII 142), parrafraseando a Zenón, dice que "El universo nace cuando, a partir del fuego, la sustancia se transforma en humedad a través del aire. Luego, la parte espesa de éste, al condensarse, acaba por producir la tierra, y su parte ligera se vuelve aire; y éste, al tornarse más ligero todavía engendra el fuego. Después, al mezclarse, de ellos nacen plantas, animales y otros géneros [de entes]". 

Si así se crea el mundo, ¿cómo se "destruye"? Más que destruirse, se transforma -sí, como la materia y la energía, energía que aquí es material-.  En efecto, llega un momento determinado y cíclico en que todo se transforma en fuego. Esto lo explica muy bien Nemesio en su De natura hominis (38. 111, 14-112, 3): 

Dicen los estoicos que cuando los planetas regresan al mismo signo celeste (en largura y anchura) donde cada uno se encontraba originalmente al momento en que el mundo se formó, [entonces], en periodos de tiempo determinados, [los planetas] causan de nuevo la conflagración y destrucción de los seres que existen. Nuevamente el mundo vuelve al mismo estado que tenía al inicio y, cuando las estrellas se mueven de nuevo de la misma manera, cada uno de los seres que surgieron en los periodos pasados cumple con su cometido de manera indiscernible.

En efecto, Sócrates y Platón existirán de nuevo, y así mismo cada uno de los seres humanos, con los mismos amigos y conciudadanos: sufrirán las mismas cosas, encontrarán las mismas cosas, y pondrán su mano sobre las mismas cosas; y cada ciudad, pueblo y pedazo de tierra serán reconstruidos. La reconstrucción de todo sucede, no una vez, sino muchas, más bien, los mismos seres son reconstruidos un número infinito de veces y sin fin. No estando sujetos a ser destruidos, los dioses, gracias a su entendimiento de este periodo, conocen apartir de él, todo lo que será en los periodos subsecuentes.

En efecto, nada extraño habrá en comparación con lo que existió antes, sino que todo será de la misma manera, indiscerniblemente y hasta en los más mínimos detalles.
 
Lo más criticado de esta teoría es la afirmación, poco verosímil quizá, de que las cosas son exactamente iguales en todos y cada uno de los ciclos infinitos. Sin embargo, dicha afirmación es necesaria porque, si el siguiente mundo fuera distinto a éste, uno de los dos tendría que ser más perfecto que el otro, lo cual es imposible en un mundo creado, ordenado y mantenido por la razón universal. Es por ello que cada ciclo tiene como resultado un mundo perfecto. Y sé lo que están pensando: ¿Cómo puede ser perfecto un mundo en el que existen personas como Peña Nieto? La respuesta es bien simple: la perfección del Cosmos es aplicable al cosmos en conjunto. Es decir, Peña Nieto es una mierda, pero es sólo una parte del cosmos, no el cosmos entero. No es posible aplicar una opinión individual. Pero esto ya es una cuestión ética y escapa al tema de esta entrada. 
 Un aspecto fuerte de la teoría estoica de la Conflagración universal es que su carácter panteísta (pan: todo, teos: dios) rompe con la idea creacionista de un Dios superior, que con su mano toda poderosa lo hizo aparecer todo. Así, la teoría se vincula con la ciencia y -¿por qué no decirlo?- podría vincularse, incluso,  con el famoso BigBang puesto que se explica a través de un cambio constante de la materia que da como resultado la creación del cosmos a partir del fuego... Ya no es la causa eficiente de Aristóteles y de la teología cristiana, ni la causa puramente material de Epicuro; es una causa inmanente, una fuerza perfecta que atraviesa y rige el universo entero. 
 Pensar en el fin del mundo puede darnos entretenidos memes y pretextos para comentar en las redes sociales; a mí me sirvió para pensar en una teoría que puede ser rechazada o aceptada, pero que a mí, como estoicista, me encanta, porque si todas las cosas que me están pasando (en especial las malas) ya ocurrieron y ocurrirán infinitas veces, ¿para qué me preocupo? 
En fin, seguro me faltaron cosas que decir, pero para una entrada de blog me parece suficiente por ahora.  
 
 


A petición de Erik

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“Y EN EL ÚLTIMO TRAGO NOS VAMOS”

Este es mi último trabajo del semestre; no es reporte ni mapa, sino una reflexión. Y no tengo ni idea de cómo empezarlo. Podría hacer un resumen de los temas, o lisonjear a diestra y siniestra: clases bonitas, textos bonitos -¿textos bonitos? ¡Sí, claro!- Pero entiendo que lo que hay que hacer es decir qué nos dejo el curso, qué aprendimos en él.

Dejar y aprender son verbos muy complicados… Pero, bueno, empecemos: el curso me dejó un sabor agridulce en la boca, un montón de palabras inconexas en la mente y una necesidad de ser y hacer “algo nuevo”. Fue como un juego mecánico: la expectativa del primer día (subir despacito), el primer texto (descender con el primer golpe de realidad), ir y venir entre un desencanto constante y un anhelo de acción y ruptura. Después, adentrarse en un mundo distinto (aunque siempre conectado con los otros) en cada lectura. Recuerdo que necesité un abrazo, que nadie me dio, después de conocer a Emma Bovary. Entonces llegó Lukács y ahí sí sentí el mareo de la montaña rusa, porque, con todo y que tenía el diccionario de filosofía al lado, yo leía y releía para entender, cada vez, una cosa que nada tenía que ver con la anterior. Con las demás lecturas pasaron cosas similares, aunque no del todo: Harry casi me tira por la ventana las ideas que me obsequiaron mis amados estoicos; Novalis me llevó a mis adentros un rato, adentros menos bellos y más confusos pero tan divinos y humanos como los suyos; ¿y Werther? Amor a tercera vista: si antes lo quería porque lo que entendía, ahora lo amo por lo que no entendí, y que, sin embargo, ahora veo como problema propio.

Y es que yo tenía una visión en exceso plana y lineal de la literatura. Es decir, la visión que le dan a uno desde que entra a la carrera: el estudio de Fulano, el análisis de Mengana. Pero no se tarta sólo de eso. Pensar que la literatura puede encerrarse en sí misma, a estas alturas del partido, es condenarla a la extinción. La literatura es parte de nosotros como individuos, pero también como sociedad, como algo que actúa y algo que padece. Lo que esculpe y lo que rompe, lo que grita y lo que calla, todo, absolutamente todo tiene que ver con nuestro aquí y ahora; y negarlo es empobrecerla. Esto último, respecto a lo que aprendí.
Pero hay algo más que quiero decir, una última cosa. Gracias a uno de los comentarios del profesor, leí Conversación en La Catedral. Fue toda una experiencia, porque pasé de tener un “reconocimiento ontológico” -término en exceso teórico, pero muy útil- con uno de los protagonistas, Santiago Zavala, a tener el mismo reconocimiento con el autor, Mario Vargas Llosa. Cada que leía las dudas de Zavalita, sus conflictos entre ser o no ser burgués, cholo, comunista, editor; cada que lo veía enfrentarse al muro de la dictadura odrista del ochenio (queriendo actuar sin saber cómo hacerlo), lo veía junto a mí, frente a mí en un espejo enmarcado por su “jodido Perú”, mi jodido México y nuestras jodidas sociedades.
Fue difícil, porque la estructura circular de la novela, su construcción, su veracidad y su realidad, hacían imposible un “final feliz”. Y es que, lamentablemente, nuestra situación sociopolítica no fue ni es ni será simplemente feliz. En ese sentido, inició el reconocimiento con Vargas Llosa, y terminó cuando, buscando bibliografía para un ensayo sobre la novela, di con un libro llamado Mario Vargas Llosa. Literatura y política. En él, hay un texto del propio Vargas Llosa: “Literatura y política dos visiones del mundo”. Dicho texto habla del camino recorrido por el peruano y sus novelas: sus inicios en la literatura comprometida, el fracaso de sus proyectos, su desencanto respecto a Sartre y, lo más importante, la visión que el tiempo y la experiencia le dieron de la relación entre literatura y política: “la literatura no debe ser política, no debe ser sólo política, aunque es imposible para una buena literatura no ser también –y subrayo ‘también’- política. Es decir, dar cuenta de la problemática social, del debate sobre los problemas de común, los problemas compartidos y su solución”.
Y si me detengo tanto en esto último es porque el texto amplía –aún no sé cómo sucedió, pero mis estoicos lo llamarían “Simpatía universal”-, perfecciona y describe mis sensaciones, aprendizajes y consideraciones finales del curso. Sé que no es una lectura del programa, pero, para estos efectos, no necesita serlo.

Para terminar (e irme a dormir): el curso no sólo me dejó los números de los créditos y la calificación: me dejó un enfoque nuevo para pensar y actuar, mucho que leer y, sobre todo, mucho, mucho que hacer.



Las penas del joven Werther (o sobre el libro que leí por tercera vez)

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Más de una vez he deseado no despertar al día siguiente; más de una vez he querido sentir ese “deseo romántico” de “morir por amor”. Pero no fue hasta ahora, en mi tercera lectura de Las penas del joven Werther, que he notado el hecho de que más de una vez he vivido un conflicto entre mis deseos, ideas, apetitos, costumbres, razones, sensaciones y acciones.

 Porque, al hablar de la novela de Goethe, es muy fácil decir “se trata de un individuo que se suicida por amor, por el rechazo de su amada”. Pero, al establecer el diálogo con el texto, uno se pregunta ¿el suicidio de Werther es causado únicamente por el desamor? Mi respuesta es no. El suicidio de Werther implica más que desamor: representa la respuesta -¿equivocada?, ¿acertada? ¿Quién puede decirlo?-  ante la problemática de toda una generación que se enfrenta a los cambios, conflictos y desazones de su época. En otras palabras, Werther se suicida porque no consigue rebelarse contra lo establecido, contra su destino.

Hablemos del conflicto. Werther se mueve en dos polos. Educado en las ideas neoclásicas, tiene un conocimiento abarcador de ciencias, artes y oficios, lee a Homero; y, sin embargo, adopta la resolución de atenerse “únicamente a la naturaleza”; desea “elevar [su] alma por encima de sí misma”, para trascender lo cotidiano y sentir “una gota del ser que crea todas las cosas en sí mismo y por sí mismo”. Por otra parte, critica el exceso de mesura y el racionalismo utilitario y frío: “¡Oh, mentes razonables! […] Me he embriagado más de una vez, la locura se ha enseñoreado en ciertos momentos de mis pasiones, pero no me arrepiento ni de una ni de otra. […] Incluso ahora no es raro que se oiga decir, casi siempre, acerca de una noble, generosa acción, que quien la ha realizado está loco o borracho. ¡Avergonzaos, hombres tibios! ¡Avergonzaos, hombres sensatos!”.  Pese a ello, no se atreve a romper con lo establecido, no es capaz, simplemente de deshacer el vínculo entre él y su sociedad. Así, tras la humillación recibida en casa del Conde, confiesa: “digan lo que quieran de la firmeza; quisiera ver quién es capaz de sufrir que le critiquen los cretinos que hallen motivo para vituperarle”. Estamos ante un joven enamorado que no quiere caer en la sinrazón absoluta, pero se resiste a negar las aspiraciones de su alma y su corazón.

¿Y el destino? Al principio de la obra, el protagonista ve a su destino como algo incierto, distante, desconocido. Después asume que este destino, al igual que el del resto de los hombres, puede ser lo peor o lo mejor, pero decide desafiarlo a través del amor, la dicha y el placer: “el sol, la luna y las estrellas pueden obrar a su capricho […]. Sea cual fuere el destino que me aguarda, nunca podré decir que no he sentido las alegrías y los placeres más puros de la vida”. Sin embargo, ante la llegada de Alberto y su boda con Carlota, la visión del destino tiende hacia el fatalismo, y la dicha se ve distante, irrecuperable. Werther no está dispuesto a enfrentarse a Alberto y a los demás por el amor de Carlota. Incluso se reprime en la medida de lo posible. Como consecuencia, es incapaz de arriesgarlo todo por lo que anhela, pero no puede dejar de desearlo. Esto, junto con los otros conflictos, es lo que lo arrastrará a la desesperación y el suicidio.
Aquí hay que notar dos cosas: 1) antes de decidir dispararse, Werther tiene deseos de ir a morir a la guerra, pero es disuadido por su amigo el príncipe y escribe de éste “Sus razones fueron tan sólidas que negarle a escucharle hubiese sido más terquedad que capricho por mi parte”. Y 2) la humillación de pedir el arma homicida a su rival, de no morir en el primer intento y agonizar frente Carlota no puede ser gratuita; a mí me parece una forma más en la que se manifiesta la imposibilidad de Werther de obtener lo que desea, puesto que ni su suicidio pudo ser lo que planeó.

Las penas del joven Werther es, en definitiva, una novela que debe ser leída con ojos críticos para evitar quedarnos sólo con la historia del joven que se suicida por amor. El problema que plantea es más reciente y más profundo que lo que pudiera pensarse en una primera lectura. Puesto que, actualmente, aún seguimos suspendidos entre el rechazo hacia nuestras sociedades degradadas y sus valores comerciales, y la imposibilidad de romper todo vínculo y abandonar lo que siempre hemos anhelado y aprendido.


MARÍA, ¿LA HEROÍNA ROMÁNTICA?

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                                                                                     Mujer, si te han crecido la ideas
de ti van a decir cosas muy feas,
que no eres buena, que si tal cosa…
que cuando callas te ves mucho
 más hermosa…
(Gloria Martín)

INTRODUCCIÓN

Sobre un texto se pueden hacer muchas preguntas, pero la primera, la que desencadena todo análisis y crítica se reduce a dos palabras: ¿Nos gustó?.. En efecto, preguntarnos esto sobre una obra nos lleva inmediatamente a responder a un segundo cuestionamiento: ¿por qué?

En lo personal –sin que necesariamente lo personal corresponda a lo subjetivo-, María, la novela romántica de Jorge Isaacs, no me gustó. Hace años leí Werther y me encantó, por lo que esperaba un resultado similar con la novela del colombiano, pero “algo” pasó y confieso que terminar de leer María exigió un esfuerzo de mi parte. Estuve preguntándome un largo rato acerca del porqué de mi rechazo hacia la novela. Ciertamente, comparte elementos fundamentales del Romanticismo con la obra de Goethe (las descripciones de la naturaleza en comparación con los estados anímicos del personaje, el amor a la cultura clásica), incluso aporta otros muy interesantes (como las famosas descripciones costumbristas). Tras escuchar los comentarios en clase, supe el motivo de mi desagrado: el personaje de María. Pero, me pregunté de nuevo, ¿por qué no me gusta la heroína romántica, tan parecida en Isaacs y Goethe? No me gusta, porque responde a un estereotipo de lo femenino y, como tal, carece del rasgo esencial del héroe romántico: la individualidad. María no es una heroína –en especial si se le compara con un héroe-; es un ideal sexista que provoca, y con razón, el rechazo de toda mujer que se asuma como tal.  Es por ello que en este trabajo vamos a hablar,  en primer lugar, de la mistificación en la obra de Isaacs; después, y para  comparar, daremos una definición de héroe romántico, sin olvidar, claro está, las consideraciones finales.

Cuando decimos que el personaje de María es un estereotipo, es necesario indagar sobre el proceso mediante el cual se crea dicho estereotipo. ¿Quién lo elabora? ¿Cómo lo elabora? ¿Por qué lo elabora? Los grupos dominantes de cada sociedad construyen interpretaciones sobre su medio ecológico así como sobre su realidad social. Esto se hace mediante la mistificación (esquema de ideas o doctrina alrededor de una persona o personas, dotándola de un valor o sentido profundo)[1] que, en sus formas más significativas, intenta justificar, racionalizar y legitimar los datos socio-culturales. Así, se crea un modelo de acción por medio del cual el grupo dominante proporciona los contenidos simbólicos de la dominación para garantizar mejor la defensa de sus intereses[2].  Si trasladamos esto a la situación de “lo femenino” veremos que el fin último de este complicado proceso es impedir una toma de conciencia respecto a los daños que provoca el sexismo, y mantener el status quo de la situación. De esto resultan los papeles asignados tradicionalmente a las mujeres: el de reproductora, trabajadora doméstica,  encargada del cuidado infantil y objeto erótico[3].

Para ver como Isaacs crea el estereotipo femenino del que hablamos, vamos a analizar seis capítulos de su obra (11-16 y 23). Lo haremos así, porque el modelo aparece en toda la obra, y no son necesarios más que unos cuantos capítulos.
Efraín, ama a María porque además de ser hermosa, “había en su rostro […] tal aire de noble, inocente y dulce resignación”[4]; y todo ello la “divinizaba”. Si a esto le añadimos la comparación que uno de los personajes (Tránsito) hace entre María y la Virgen de la Silla -sin contar la obviedad del nombre de la “heroína” de la novela- tendremos al modelo de la virtud femenina por excelencia: la Virgen María. Con algunas variantes, este es el estereotipo del que hablamos. Sin embargo, existe un modelo más, uno negativo que se da en función del otro: el de la prostituta. Pero de esto trataremos más adelante.

Comencemos con la belleza física de María. De acuerdo con Graciela Hierro, los únicos modelos tradicionales estimados para la mujer son la madre, la esposa y el objeto erótico: la mujer joven y bella. La belleza se idealiza de manera diferente en cada sociedad, pero, en todas, es capaz  de conferir un valor a las mujeres. Los ideales de belleza femeninos se realizan a través de la posesión de cualidades poco frecuentes; y esto tiene una clara función política: se intenta eliminar –de la función valorizante- a todas las mujeres que no se adhieran al modelo requerido. Con este procedimiento se elimina la individualidad femenina, la cual se conforma en un patrón ideal. En esta forma se elimina la disidencia, al eliminar la individualidad[5]. En efecto, es  difícil que la mayoría de las mujeres tengan los rasgos con que Isaacs retrata a María. Sin embargo, como buen romántico, Efraín no se enamora únicamente del exterior de María, sino de una serie de rasgos que la vinculan a la religión católica -que es, dicho sea de paso, una de las instituciones que se constituye como baluarte de la mística femenina-  y a la representación de la Virgen. Aunque la Virgen María es todo un tema, podemos decir  que se caracteriza por ser “una frágil y sutil figura que, siempre inmóvil, ajena al bullicio, a la vitalidad, a la desmesura y a los amoríos legendarios que nutrieron la mitología y la tragedia”; se representa “como la gracia por excelencia, el rostro de la sabiduría, el silencio y, sobre todo, la misericordia”; y se conduce de forma “humilde, obediente al mandato supremo […] con la docilidad que durante siglos ha servido de modelo de la perfecta sumisión cristiana”[6]. Por su parte, María, la “heroína”, es, como la madre y la hermana de Efraín, una mujer devota que lee Genio del Cristianismo; con una sonrisa “castísima”; “ella tan cristiana y tan llena de fe se regocijaba al encontrar bellezas por ella presentidas en el culto católico” (cap. 13).  Por otra parte, la característica principal de la Virgen, y por tanto de María, es ser madre. Aunque, el personaje de Isaacs no tiene hijos, la vemos cuidar amorosamente a un niño desde el capítulo 10. En este sentido, la mistificación surge de la divinización de principio femenino reproductor que evoluciona a una mística desacralizada, donde ya no se venera a las deidades de signo femenino, sino al principio reproductor encarnado en las mujeres concretas. A partir de ahí, se desarrollan los llamados valores femeninos de pasividad, docilidad, pureza e ineficacia a los cuales se les confiere un significado profundo, cuando en realidad no son más que rasgos negativos y el instrumento de manejo ideológico de la mujer; en efecto, si se tratara de valores humanos, deberían ser compartidos también por los hombres[7].
Todavía queda pendiente hablar del estereotipo que se antepone al de la madre, que no es otro que el de la prostituta. Y, en efecto, ésta hace su aparición, aunque sea de forma velada, a penas mencionada en algunas frases. En el capítulo 23, cuando Efraín, María, Carlos y Emma se encuentran en el salón, y Carlos, con cierta malicia, menciona a una bailarina de nombre Matilde. Y, pese a que nada se dice en concreto, basta una pregunta de Carlos para adivinar sobre qué se está hablando: “¿Y aquel lance joco-serio que tuvo lugar entre los dos, en casa de la señora..?” Matilde, la mujer con la que Efraín tuvo que ver y de la cual se avergüenza ante María, se opone a ésta desde el principio de la escena: no sólo baila, sino que da clases a los hombres, hombres que pueden tener algo “joco-serio” con ella si lo desean. La prostituta es el polo negativo de “lo femenino”. El enfrentamiento produce en la prostituta un sentimiento de interiorización mayor al de la madre, puesto que no posee los privilegios de la mujer “decente”.




Es tiempo de hablar del héroe romántico. Para el romántico, que rechaza la relatividad de los valores que el mundo de su tiempo le ofrece, ninguno de sus actos debe estar guiado por el absurdo y la gratuidad. Su conciencia, dolorosamente, adquirida al pertenecer a un mundo espiritualmente superior, que necesariamente se halla convulsionando por las grandes pasiones y en contraposición al mundo inferior y mediocre de los que se consuelan en la resignación y en la miseria idolátrica. Para el héroe lo que da alas a la voluntad y la hace volar más allá del desfiladero de la desesperación es, precisamente, esta percepción absoluta de la propia condición. Posee en alto grado los principios universales y atemporales del Yo heroico. Rasgo principal y punto de partida del Yo romántico es su apercibimiento profundo de la condición mortal del hombre: el insuperado sentimiento de muerte, más allá de toda esperanza, preside el alma romántica. Por otro lado está la belleza. En la belleza y el amor encuentra el héroe el campo de pruebas idóneo para volcar su afán de infinitud. La pasión amorosa y la pasión estética del romántico son los frutos directos de su ansia de acción.[8]

Si pensamos en Efraín a la luz de lo anterior –única forma de hacerlo, puesto que es un típico héroe romántico-, no es difícil ver la diferencia abismal  que existe entre él y María. Ella no rechaza los valores de su tiempo: los sigue y respeta; se consuela con la resignación y la misericordia; no tiene una voluntad, por lo memos no una evidente; y, como veíamos más arriba, María no tiene una tendencia hacia lo individual.
En otras palabras,  al contrario de María, un héroe es aquel que posee grandes cualidades humanas, todas ellas nobles y que lo reafirman como individuo.




Una vez hecho lo anterior, es hora de hablar de conclusiones o consideraciones finales. Es evidente que así como en una realidad sexista no es lo mismo hablar de hombres y de mujeres, en la literatura no es lo mismo hablar de héroes que de heroínas. En ese sentido, la heroicidad de la mujer en María no sólo queda en entre dicho, sino que no existe. Es cierto que las mujeres y los hombres no tienen las mismas cualidades, pero esto no quiere decir que se pueda hablar de una superioridad, y mucho menos que justifica que se someta a la mujer a estereotipos que le reprimen todo intento de individualidad.
Claro está que María es literatura, es ficción. Sin embargo, la influencia recíproca del arte y la sociedad es mucho mayor de lo que se suele pensar. De ahí que los personajes literarios heroicos (y no heroicos) no sólo expresen la sociedad en que surgieron, sino también nos dejan saber algo de aquellas que los adoptan.[9]

Al final, debo confesar que me resulta triste saber que no podré leer una novela romántica de la misma forma. Ni siquiera me atrevo a releer Werther.


FIN

UNAM/FFYL













BIBLIOGRAFÍA:

DIRECTA:

ISAACS, Jorge, María. Buenos Aires, Editorial Andina, 1967.


INDIRECTA:

ARGULLOL, Rafael, El Héroe y el Único. Barcelona, Destino, 1990.

BÚXO REY, María de Jesús, Antropología de la mujer. Barcelona, Anthropos, 1978.
HIERRO, Graciela, Ética y feminismo. México, UNAM, 1986.

RIVERO WEBER, Paulina, Se busca heroína. México, ITACA, 2009.

ROBLES, Martha, Mujeres, mitos y diosas.  México, CONACULTA, FCE, 1960.

















[1] Graciela HIERRO, Ética y Feminismo. p. 11.
[2] María de Jesús BUXÓ REY, Antropología de la mujer. p. 89.

[3] Graciela HIERRO, Op. cit. p. 12.
[4] Jorge ISAACS, María. p. 27.
[5] Graciela HIERRO, Op. cit. p. 38
[6] Martha ROBLES, Mujeres, mitos y diosas. pp. 226, 227.
[7] Graciela HIERRO, Op. Cit. p. 20.
[8] Rafael ARGULLOL, El Héroe y el Único  pp- 371-380.
[9] Paulina RIVERO WEBER, Se busca heroína. p. 34. 

La UNAM y los ¿rechazados?

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Uno de los temas en algunas redes sociales (ya saben cuales) el día de hoy son los llamados rechazados de la UNAM. Las opiniones son varias, pero hubo una de @dianarual que -por decirlo de buena forma- motivo esta entrada. La señorita Diana Laura dice: "No son rechazados de la UNAM, son los reprobados. Selección natural, así de simple". No sé que me sorprendió más: la indiferencia de esta persona ante quienes se quedarán sin poder estudiar o la forma pseudointelectual de explicarlo. Y no es que quiera atacar a alguien que no conozco, pero no puedo negar que actitudes como esa indignan. Entiendo que hay un número de aciertos necesarios para acceder a cierta carrera, entiendo que unos los obtienen y otros no; sin embargo, debemos tener presente que, al incrementar la demanda de lugares anualmente, el número de aciertos también aumenta.
Entonces, el problema es más grave que simplemente afirmar si alguien "estudio lo suficiente" o no. Viene de más atrás, de más arriba (como la lava que arrasa los campos) y quiere ir más adelante. Viene de atrás porque antes de juzgar la falta de conocimientos de una persona es necesario preguntar de dónde viene. Desde hace algún tiempo, los maestros de primarias y secundarías públicas tienen la obligación de pasar a los alumnos sin importar si su rendimiento lo permite o no. ¿Qué quiere decir esto? Sencillo: así lleguen a sexto de primaria sin saber leer, o a 3ero de secundaria sin saber dividir, los alumnos aprueban los cursos para que la SEP pueda jactarse de sus números falsos. Es, a todas luces, una educación mediocre. Después los jóvenes, que intentan seguir estudiando, hacen su examen para la preparatoria, ¿y qué sucede? ¡Oh sorpresa! La mayoría de los que vienen de escuela pública y no puede pagarse cursos de regularización de seis mil pesos reprueban. Y así seguimos: muchos que no pueden entrar a CCH, Prepa o Voca, van a preparatorias oficiales con planes de estudio mediocres o, si les va "mejor", a caras escuelas de paga que no tienen el nivel suficiente. De esta manera, el hecho de que  muchos no puedan aprobar un examen de ingreso no resulta tan sorprendente. Esto de ninguna manera es una casualidad. "Los de arriba" saben perfectamente que alguien sin educación es un obrero más, y eso es lo que quieren: gente que trabaje, que no piense, que no cuestione, que no se prepare para enfrentarlos.

Permitir esta situación o peor aún asumirla como simple "selección natural" entre inferiores y superiores -¿acaso Hitler no estaba muerto?- sólo demuestra que la ética y la preocupación por el otro están más que muertas. Universitarios en general y estudiantes de la UNAM en particular, les pregunto ¿alguna vez tomaron una clase de ética? ¿Les dijeron sus maestros que es mejor actuar a favor de los demás que criticarlos? No entiendo como es posible que un universitario puede expresarse con desdén y burla de un ser humano que tiene los mismos derechos de superarse por él. ¿Acaso el famoso "Por mi raza hablará el espíritu"  usa la palabra 'raza' sólo para referirse a los superiores que estudian en la UNAM?


Sobre un sueño

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que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son. 
Calderón de La Barca


Quiero hablar de un sueño, pero no de cualquier sueño, quiero hablar de un sueño mío muy reciente y muy vivo, muy importante para mí. No sé una mierda del psicoanálisis de los sueños, tampoco sé qué es lo que las personas racionales dicen sobre el soñar. Pero no necesito de todo ello para narrarles un sueño, ¿o sí? 

El sueño es éste: mi profesor de filosofía, que es alguien a quien admiro y quiero bastante, venía a mi casa, una casa que no era mi casa (era más amplia y luminosa) pero que yo identificaba como mi casa. Comíamos y hablábamos por horas. Pero yo invité a Gustavo, mi profesor, porque quería que me dijera qué fui en mi otra vida, y lo hizo; me dijo: fuiste un escarabajo negro. Lo primero que hice al despertar fue tomar el celular  para contarle a Gustavo que soñé con él. Unos días después me respondió y  le conté el sueño. Yo no le di mucha importancia al asunto; supuse que se debía a que por aquellos días estuve pensando en él. 

Pero la importancia no depende tanto de los juicios como de los hechos en sí mismos. Explico: resulta que en su último mensaje, Gustavo me preguntó por los detalles del sueño, en especial por el escarabajo, dijo que respondiera y que después me explicaría. Esperé unos días sin que mi profe me dijera más, estaba cada vez más intrigada por su reacción. Así que me fui al sagrado Oráculo de Google, y una de las primeras páginas que apareció es la siguiente:  http://www.institutoestudiosantiguoegipto.com/escarabajo_sagrado.htm 

Habla, a grandes rasgos, del escarabajo pelotero (que es de color negro): 

Al observar al escarabajo pelotero, ateuchus sacer, quien empujaba y hacía rodar una bola pequeña de estiércol dentro de una grieta apropiada, donde las hembras amasaban los fragmentos que se convertían en reservas alimenticias y en donde eran incubados sus huevecillos bajo su protección y calor, los egipcios creyeron ver el renacer de la vida (por el acto de empujar cada día al sol de levante, simbolizado por la bola de estiercol). El escarabajo fue divinizado debido a que el sol, relacionado con él, era la más importante de las deidades egipcias;  los sacerdotes se identificaron con aquello que representaba el escarabajo, pensando en convertirse a sí mismo en símbolos de vida y regeneración.


No pude evitar vincular el simbolismo del escarabajo pelotero con mi sueño. Sobre todo porque nunca había oído sobre tal significado, ni siquiera tenía claro cómo son los escarabajos peloteros. Sé que esto puede ser llamado 'casualidad' por cualquiera, y está bien. Pero sucede que yo no creo en las casualidades. Para mí, y mal-citando a Aristóteles, la casualidad y el azar son aquellos efectos cuyas causas se desconocen y/o no pueden ser comprendidas por los humanos. Pienso que  mi sueño tiene tras de sí algo más grande que yo,y eso me emociona, porque lo cierto es que nuestro positivismo de feria nos hace negar todo aquello que "la ciencia no puede probar"; una visión tediosa y reducida, si me lo preguntan. 








Hoy no deseo hablar de política.

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Hoy no deseo hablar de política. Y no es indiferencia, porque al fin y al cabo escribir la palabra 'política' -ya van tres veces que escribo esta palabra- es hablar de política -cuatro. Pero no quiero, y si no quiero -aunque lo haga- es porque me siento algo cansada. Quisiera hablar de amor; contar la bella historia de un mundo de hombres y mujeres felices y su materialización de la "Edad de Oro"; un mundo de Quijotes y Dulcineas inmortales, de libros libres y filosofías en las calles. Quisiera que no existieran los fraudes, los asesinatos, las mentiras,  la gente engañada y los movimientos al borde de la extinción. Pero acá me tienen, pensándola y escribiéndola pese a mi negativa de hacerlo.

Supongo que es inevitable, ya saben eso de querer un país -¿un mundo?- menos mierda. Porque, a menos que se tenga una especie de anormalidad bioquímica, todos somos capaces de sentir el dolor, tanto el propio como el ajeno; y la situación actual nos lo brinda por montones. Y sin embargo estoy aquí tratando de hablar de otra cosa. Sucede que hoy, precisamente hoy, en medio del caótico panorama electoral mexicano, me llega información de todo tipo: la que desinforma, la que engaña descaradamente, la que manipula, la que se finge objetiva, la que busca con desesperación llegar con la verdad a los ojos y oídos de todos para que "algo" bueno surja de la conciencia colectiva... Yo me siento abrumada. El optimismo de días anteriores se me escapa lentamente, y yo me aferro a uno de sus últimos hilos, pero es tan delgado, tan frágil.

Por eso no quiero hablar de política -cinco-, porque me desalienta ver que cualquier pequeño-burgués (tenga o no tenga los recursos) dice cosas como "es mejor que regrese el PRI. Ellos van a pactar con los narcos, ellos dejan robar", "yo no quiero un país en el que cualquier huevón pueda ganar los nueve mil pesos que gano". Entonces uno, apasionado e iluso les contesta "pero, no se trata sólo de tu dinero, estamos hablando de un partido que roba elecciones, que saquea el país, que mata estudiantes", y ellos te responden como contestadoras automáticas, o periquitos, repitiéndote lo que escuchaste en la mañana en boca de uno de esos acarreados sin idea del amor a la verdad y a los demás. También me pone triste que mi madre le crea más a la tele que a mí, que muchos juzguen  como a un imbécil a quien tiene el "sueño" de hacer algo por y para los demás, antes de ver sus propuestas y escuchar lo que tiene que decir.

¿Por qué ese miedo al cambio? ¿Por qué esa resignación, esa pasividad? ¿Por qué esforzarse tanto en atarse las manos, teniendo la boca, las orejas y los ojos descubiertos? ¿O será que estoy preguntando mal?
¿Será, acaso, que en verdad la "minoría" que grita estar "hasta la madre" esta equivocada? Sí, quizá sea eso; quizá el mundo es una irremediable y enorme mierda, y no tiene sentido ver por nadie que no sea uno mismo, los amigos y familiares más cercanos; quizá es tiempo de dejar de soñar con despertar (¿o soñar despierto?) y dedicarse a dormir embrutecido por el canto de las sirenas sintéticas, envenenado por los químicos, enamorado del amor fingido; quizá uno deba olvidar el deber, la ética, el amor, la libertad; quizá uno deba sentarse en el lugar menos inseguro posible a ver como le montan un enorme circo en frente...

Por eso no me gusta hablar de política, porque la política -siete: número divino- enfrenta el sueño de unos (que deberían ser los más) y las ambiciones de unos pocos (el 1% de aquellos miserables sin la menor idea de lo que es ser un humano).

Una clase en FFyL

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Por eso quería contarte lo de mi clase de El Quijote. Fue, como te dije, hermosa. Aurelio empezó por hablar de la novela de una forma convencional, hasta que nos pregunto: “¿Recuerdan esas épocas de secundaria, cuando se enamoraron de alguien y jamás se lo dijeron; cuando él, o ella, les parecía Dulcinea, aunque el mundo les dijera que era Aldonsa Lorenzo? ¿Recuerdan a aquellas personas que ya no están pero que alguna vez les hablaron una Edad de Oro donde todo era de todos?” Me es difícil reconstruir todo lo que dijo, porque después de la primera pregunta ya empezábamos a llorar. Y sé que por escrito no parece gran cosa, pero oír a Aurelio hablando de El Quijote como “un libro que debe ser prohibido a todos aquellos que no han fracasado”, es algo difícil de relatar. Porque sólo alguien que ha fracasado –nos decía- tiene la capacidad de entender la novela de Cervantes; sólo alguien que emprendió algo que falló, pero no dejó de buscarlo, puede ver en Don Quijote algo más que un tipo que “se volvió loco por leer libros de caballería”; y sólo alguien que antepone los ideales que tiene por verdad a “todo lo otro” puede salir a los lugares de La Mancha a “desfacer entuertos” y “defender doncellas”, o en su defecto, estudiar Letras Hispánicas y tratar de hacer algo con el amor que uno les tiene. 

El hombre de la botella verde

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"Oye, tú tienes algo que decirme", grita el hombre de la botella verde a quien se cruza en su camino. La mayoría lo ignora, pero siempre  hay alguien. Alguien que es alguien precisamente porque puede detenerse a escuchar al hombre de la botella verde. Entonces, Alguien pregunta: "¿Qué tengo yo que decirle a usted?". El hombre de la botella verde guarda silencio unos instantes, mira fijamente a Alguien y le susurra "Tú dime.."

Alguien no sabe qué hacer, pero entiende de inmediato -casi como uno de esos destellos internos que son llamados epifanías- que el hombre de la botella verde es extraño y algo más: es raro de una forma distinta, raro entre los raros, inclasificable. Se ha dado cuenta de que aquel que le pregunta está impregnado de algo oscuro, algo que seguro no está consciente de poseer, pero que explota de maravilla; como si, de pronto, sonaran alas batiéndose y demonios carcajeándose. Alguien se siente atraído por el hombre, aunque desea alejarse corriendo del lugar. Lo ve como un límite, como el puente hacia el inalcanzable final del horizonte, lo ama como amigo, lo desea como a un fruto del vacío...

Tras dudar unos segundos, Alguien se decide a preguntarle al hombre por qué lleva en la mano una botella verde. Él la levanta como a un recién nacido, la mira con detenimiento, suspira y dice: "Contiene mis últimas palabras y viaja conmigo. A veces tengo ganas de romperla, porque creo que mis letras están aprisionadas; pero no lo hago porque sé que así no terminan los cuentos. No puedo, simple y sencillamente, terminar con lo que he desencadenado, tiene que hacerlo otro, alguien más. Por eso decidí llevarla al mar, por eso no escribo más". 

Alguien, absorbido por la voz del hombre, desea saber qué tiene que ver una botella con la escritura. Como si leyera su mente, el hombre continúa: "Tiene que ver mucho con mi entendimiento del mundo a través del arte, tiene que ver con el amor (¡sobre todo con el amor!), tiene que ver con mi existencia..." 

De pronto, Alguien, que tiene algo que decir, sale corriendo en busca de una pluma, una hoja y una botella verde... 

Cómo desgarrarse las vestiduras (método garantizado)

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1. Busque varios motivos de tristeza (problemas con su pareja, nostalgia del pasado, fracasos laborales...).

2. Escoja el que más reciente (si lo está experimentando es mejor).

3. Sea esquemático en la selección: mientras más meticuloso más miserable se sentirá.

4. Vincule el motivo de tristeza presente con uno del pasado, recurrente de preferencia. Por ejemplo, si usted está triste porque jamás escuchará un "te amo" de boca de su amado (a), piense en fracasos anteriores: ¿por qué nadie lo ama? 

5. Continúe con las preguntas hacia su ego lastimado: ¿Es usted feo? ¿Está gordo? ¿Es un perdedor imbécil?

6. Escoja la pregunta que más veces se haya echo; puede combinarlas, pero es preferible tener una de cabecera. Si usted seleccionó, por ejemplo, "¿Es porque usted es feo?" asegúrese de comprobarla: vea cada defecto de su cuerpo con atención, compárelo con el cuerpo de todos aquellos que son llamados hermosos: no olvidé las lonjas, la panza, las facciones no occidentales, el color de piel, la estatura... Recorra con la vista cada horror de su cuerpo.

7. Ahora que tiene una de las respuestas, está listo para el siguiente nivel: el fatalismo. Traslade la angustia del presente y el pasado al futuro, a todo el futuro. Repita muchas veces: "Ella no me ama porque soy feo y estúpido... ¡No me amará nunca!" (para aumentar el patetismo puede regresar al paso 6 y compararse con todos aquellos que sí son guapos y sí tienen pareja).

8. Si usted es de los que se siente más infeliz exhibiendo su miseria, vaya al paso 9; de lo contrario, vaya directamente al paso 10. 

9. Es el momento ideal para hablar de la mierda que somos ante nuestros amigos: prenda la computadora, o tome el teléfono. Busque entre sus amigos únicamente a aquellos que sabe que pueden consolarlo por horas.    
Si está en una red social o en un programa de mensajería instantánea, escriba una frase deprimente en dónde todos sus contactos puedan verla. Espere, si nadie le habla, hágalo usted con un tono "normal". Puede  preguntar, por ejemplo, "¿cómo estás?", y cuando su interlocutor responda con una pregunta similar, usted diga "Bien, pero hoy me siento un poco triste". Si usted ha seleccionado al amigo indicado podrá sentirse miserable en la conversación el tiempo que lo desee.

10. Este es el último paso, y el de mayor dificultad. Aquí, usted tiene que sentir tanta aversión que no le bastará con verterla sobre sí mismo: tendrá que trasladarla a absolutamente todo lo que lo rodea. Hay que ser lo más meticuloso posible. Vuelva a los pasos 1 y 2 y tergiverse el motivo de su tristeza. Es momento de trasladarlo a otros lados. Usted tomará conciencia de que su infelicidad no se reduce al hecho de que sea gordo, feo y estúpido; eso no es más que consecuencia de una verdad innegable: el amor es una mierda (!), Pero sí el amor es una mierda, también lo es la pareja, la familia, la sociedad, la cultura, el mundo... Tome cada concepto que usted tenga por verdadero y/o sagrado y deje que se sumerja en su nueva idea deprimente del mundo... 

¡Con estos diez pasos, usted podrá desgarrarse las vestiduras como nunca imaginó!

Nota: si usted es de lo que siempre quieren más y desea agregar un intento de suicidio (o un suicidio de verdad), vea nuestro artículo "Propedéutico del buen suicida".  

Mi suicidio

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¿Y entonces?, ¿me corto las venas?.. Si lo hago en el cuarto seguro ensuciaré mi edredón nuevo. Pero no puedo hacerlo en el baño, ¿cómo permitir que me encuentren en ese lugar húmedo y sin remodelar? Tendrá que ser en la sala. Así, para expiar su culpa me comprará una nueva.

Parece que lo estoy viendo: en cuanto empiece a desangrarme, llamaré por teléfono a la vecina -porque si le grito seguro no escucha- y le suplicaré que le entregué la nota que estará sobre la mesa. Ella me pedirá un número y yo le daré el de él. En cuanto Rodrigo conteste y se entere, irá corriendo al hospital: nos veremos a los ojos y yo juraré que no sabía lo que hacía, que estaba desesperada y sola; le rogaré que me perdone y que no me abandone en ese maldito hospital. Él se dará cuenta de cuánto lo amo, entenderá que sólo me necesita a mí y que soy con quien tiene que estar. Luego será sencillo: me dará flores, nos reconciliaremos, viviremos juntos mientras organizamos la boda, tendremos dos lindos niños... Su familia va a aceptarme, irán a comer en nuestra enorme casa con jardín, y se morirán de la envidia con nuestro carro del año. ¡Sí, será perfecto!

Todos me tendrán lástima, pensarán que no soy más que una loca, pero estarán equivocados, porque tendré lo que quiero a costa de ellos.

Ahora necesito pensar en la nota: debe tener pocas palabras, palabras contundentes y creíbles. ¡Sí, debe ser creíble! ¿Cómo empezar?.. "Rodrigo, lamento llegar a estos extremos, lamento también..." ¡No! Demasiadas lamentaciones, el que tiene que lamentarlo es él... A ver: "Amor mío, quería despedirme de ti; decirte una vez más que te amo desde y para siempre..." ¡Ash! Parece telenovela. Mejor una canción de Corcobado, al fin que ni lo conoce: "Hoy te hecho mucho de menos sin ti no soy nada, a estribor sale el sol y el coñac ya se acaba..."  Se nota mucho la rima... piensa, Sara, piensa... Ya sé:  "Rodrigo, lo cierto es que mi acción no es la mejor. Pero, ¿qué esperabas? Desde que no te tengo mi vida se ha vuelto un sinsentido oscuro. Esto lo hago porque te amo. Sé que podrás perdonarme." Sí, suena bien, sabrá que es culpa suya.

¿Dónde dejé las navajas?.. ¡Aquí están!.. Bien, un par de cortes profundos...

¡Teléfono de mierda! ¿Como que línea o... cu... pa... da...?




LA CENA DE EMAÚS, UNA TRADUCCIÓN SIMBÓLICA

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Aunque todo estuviera ya descubierto
por los antiguos, siempre será nuevo el uso
de los inventos y su conocimiento y su disposición.
(Séneca)


INTRODUCCIÓN

Este trabajo pretende hacer una traducción simbólica de una obra de arte sacro: La cena de Emaús (1639) de Francisco de Zurbarán. A través de nuestro análisis, vamos a demostrar que el arte sacro tiene un sistema simbólico muy completo, y que no se trata de una simple muestra de santos y vírgenes, sino de una manera de pasar del signo al símbolo, con fines didácticos que dependen de una cosmovisión.
 Lo primero que haremos será dar un marco referencial, porque para hablar de arte sacro, son indispensables las consideraciones previas; después pasaremos al análisis propiamente dicho; y, por último haremos unos comentarios finales.

MARCO REFERENCIAL

 El Arte, en general, responde a un conjunto de ideas y necesidades sociales. Y aunque tenemos muy presente la visión del “Arte por el Arte” romántico, lo cierto es que no siempre fue así. En la España de los Siglos de Oro (periodo que nos ocupa), el Arte dependía del Poder (Monarquía e Iglesia), porque era pagado por él.
Durante el siglo XVII se da el denominado arte Barroco, que se opone al arte Clásico del siglo XVI. Una de las principales diferencias entre ambas corrientes es el antropocentrismo renacentista, o sea, el cambio de la idea de Dios, impulsado por la burguesía. Mientras dicho cambio se daba en el resto de Europa, en España, el descubrimiento del Nuevo Mundo generó un regreso a la Edad Media, que consolidó a la nación como una potencia a la manera medieval. Sin la posibilidad de modernizarse, los españoles atesoraron la riqueza, sin utilizarla para producir más. A la par de esto, se daba una nueva concepción de la historia, en la que España tenía como misión hacer del cristianismo una religión universal. Para los españoles del Barroco, el hombre es un instrumento para que Dios haga su historia; en cambio, los humanistas dicen que la historia la hace Dios a través del hombre. Estás discrepancias dieron lugar a las actitudes fundamentalistas españolas; los fundamentalistas son intolerantes, no aceptan la discusión ni el diálogo; para ellos quien esté en desacuerdo está mal. El fundamentalismo español está detrás de la Contrareforma (movimiento que responde a la Reforma de Lutero), y por tanto del Barroco mismo.
En el Barroco español se vive el mito del Juicio Final, y en la Europa de los burgueses el del Progreso. Así, tenemos que mientras en el mito burgués  del Progreso se habla del avance material como vía de felicidad, en el mito español sólo se admite un progreso espiritual, que prepara el alma para el Juicio Final. La Iglesia debe construir el camino del espíritu a la salvación. Para los españoles no importa nada que no sea la teología, así, todo el que quisiera estudiar otra cosa, como la anatomía, era protestante. Con la teología como centro, el objetivo de las universidades españolas es crear teólogos. En dichos sistemas de enseñanza, se plantean dos realidades: la material, dónde está el cuerpo y de la que se ocupa el humanismo, y la espiritual, la que importa a los españoles. Por eso es indispensable la conciencia colectiva de la existencia del mundo metafísico. Dicha realidad se conoce a través del mundo material: un signo (material) nos remite a la realidad espiritual, convirtiéndose en símbolo. Así, el Arte se pone al servicio del dogma con el fin de educar de manera visual. El artista se reconoce en un mundo simbólico; no busca pintar algo real, sino un conjunto de símbolos que hablen de una realidad superior. En este sentido, una alegoría es un conjunto de símbolos que representa o personifica a una idea como la Justicia, la Caridad, y la Fe, entre otras. Como resultado de lo anterior, ver un cuadro quiere decir “leerlo”, para pasar de lo material a lo metafísico y, con esto, educar al sujeto para la Salvación.

TRADUCCIÓN SIMBÓLICA DE LA CENA DE EMAÚS 
                                                                                                        

El método de análisis que utilizaremos es el del Instituto Warburg. Consiste en tres etapas o fases: preiconográfico, iconográfico y símbolo como alegoría. Aunque se estudian por separado, las tres etapas se dan de manera simultánea en la “lectura”.
Preiconográfico: En el cuadro vemos una composición típicamente barroca: una figura al centro, y alrededor un triángulo (Cristo es el centro y los apóstoles las puntas). Zurbarán recurre a sus mejores técnicas tenebristas, puesto que la escena se desarrolla por la noche y en el interior de la posada. Los contrastes de luz le ayudan a camuflar mejor el rostro de Jesús y, como suele hacerse en este estilo, los personajes están reducidos a los imprescindibles, sin criados ni otros testigos[1]. Estamos en una cena, aparentemente sencilla. Vemos a tres hombres: Cristo, Pedro y otro discípulo. En la mesa hay pan, vino y pescado.

Iconográfico: Una vez que hemos señalado los elementos materiales del cuadro (signos), vamos a ver que valor tiene cada uno de estos, en relación con el pasaje bíblico. De acuerdo con el “Evangelio según san Lucas”[2] tras la muerte y resurrección de Cristo (el primer día), María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y otras mujeres fueron a la tumba de Jesús y la encontraron vacía. Mientras estaban perplejas por el hecho, aparecieron dos varones en ropa fulgurante (ángeles) y les dijeron “¿Por qué buscas al Vivo entre los muertos?” Ellas, recordando las palabras de su maestro, supieron enseguida que ya se había efectuado el milagro de la resurrección. Fueron directo a donde los apóstoles y les contaron lo ocurrido. Estos lo tomaron como tonterías y se negaron a creerles. Sin embargo, Pedro se levantó y fue a corroborar lo que le habían dicho las mujeres; vio que era cierto y se fue asombrado.
Ese mismo día, Pedro y otro apóstol iban caminando cerca de Jerusalén, hacia una aldea llamada Emaús. Mientras conversaban, se apareció Cristo de tal forma que no pudieron reconocerlo y les preguntó sobre qué hablaban. Uno de ellos le respondió que hablan de las cosas sucedidas a Jesús el Nazareno: su vida, muerte y el acontecimiento de las mujeres.
Cuando estaban a punto de llegar, los apóstoles rogaron a Cristo que se quedara con ellos, sin saber quien era. Estaban todos en la mesa y él tomó el pan, lo bendijo, lo partió y empezó a dárselos. Fue entonces cuando reconocieron a Jesús y él desapareció.
Pedro y su acompañante volvieron enseguida a Jerusalén a contar a los demás el milagro. Y mientras esto sucedía Cristo se apareció entre ellos y les dijo “Tengan paz… ¿Por qué están perturbados? Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean porque un espíritu no tiene carne y huesos… Está escrito que el Cristo sufriría y se levantaría de entre los muertos al tercer día y sobre la base de su nombre se predicaría el arrepentimiento para perdón de los pecados en todas las naciones”. Al tiempo que los bendecía se separó de ellos y comenzó a ser llevado al cielo.  
Como podemos ver, el cuadro representa el momento justo en el que Cristo parte el pan y los apóstoles, antes incrédulos, “abren sus ojos” (los del espíritu) y lo reconocen como su maestro resucitado. La acción se da en segundos, pero Zurbarán se detiene en el instante mismo de la revelación, y es justo lo que vemos en las expresiones de los apóstoles y en el movimiento que se hace al partir el pan.  Debemos tomar en cuenta que el vino, el pan y el pescado son, por sí solos, un símbolo.

Símbolo como alegoría: si el pan, el pescado y el vino son el cuerpo de Cristo, el Cristianismo y la sangre de Cristo, respectivamente, al juntarse forman la alegoría del mismo Cristo antes, durante y después de la resurrección. En el contexto de la cena de Emaús, la alegoría se encausa a la necesidad de creer en Cristo y su resurrección sin cuestionarlo ni cegarnos con dudas. Porque los apóstoles cometieron los pecados de soberbia e infidelidad al dudar de Jesús.
Es muy probable que la Iglesia demandara cuadros con esta temática para exaltar la importancia de la fe, y la superioridad del dogma cristiano, frente al cuestionamiento humanista. Lo interesante La cena de Emaús es que no sólo fue pintada por Zurbarán: también la representaron Velázquez, Rembrant, Caravaggio y Rubens, colocándola (con todo y el marco de la Reforma y la Contrareforma) como uno de los temas más recurrentes del Barroco, tanto europeo como español.

CONSIDERACIONES FINALES

Una vez confirmada la idea inicial de este trabajo, a saber, que el arte sacro tiene un sistema de símbolos completo y con una finalidad determinada; podemos decir que no sólo puede compararse ventajosamente con el arte contemporáneo, o cualquier otro: además es su claro e indiscutible antecesor –en especial si tomamos en cuenta que el color púrpura, como símbolo intelectual de Cristo, fue retomado y difundido por los simbolistas franceses.
Además, sabemos que en la España del siglo XVII, la pintura era fundamental para la enseñanza didáctica de los dogmas cristianos, de los que dependía la cosmovisión del Imperio y de los súbditos. Para conseguir la enseñanza, se configuró un sistema de símbolos que lograban tomar el signo material (una vela, una flor, un cráneo, etc.) y darle una nueva valoración de carácter simbólico, que representaba la realidad metafísica y espiritual. Con estos conocimientos, quien leyera el cuadro tenía más posibilidades de alcanzar la Salvación.
Por último sólo nos queda resaltar el trabajo simultáneo de las tres etapas de la lectura iconográfica, que consiste en persuadir al “lector” de que:

 ¡Hemos negado tantas veces al señor! Hemos sido engreídos, tercos obstinados, presuntuosos, dormilones y miedosos, débiles sin valor y sin fe en los momentos en que ha hecho falta demostrarlo, como Pedro. Y también, cómo él tendremos que llorar nuestros pecados de infidelidad.
Ahora se nos pide una nueva conversión, que siempre lleva implícito llorar nuestros pecados.[3]
















BIBLIOGRAFÍA:

La Biblia. México, La torre de vigía, 2006.

URTEAGA LOIDI, Jesús, Los defectos de los santos. México, Minos, 1994.

CIBERGRAFÍA:

ANÓNIMO, La cena de Emaús. Extraído el 21 de febrero de 2012, desde: http://www.artehistoria.jcyl.es/genios/cuadros/1938.htm





[1] ANÓNIMO, La cena de emaús.
[2] La Biblia, pp. 1310, 1311 (Lucas 24-53).
[3] Jesús URTEAGA LOIDI, Los defectos de los santos, pp. 236, 237.