EMMA ZUNZ

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Es relativamente sencillo hablar de lo que es justo cuando se tiene a lo bueno como referente. Sin embargo, el ideal de lo bueno se ha ido degradado con el tiempo. Hoy, en pleno siglo XXI, ambos conceptos se han convertido en una de tantas utopías inalcanzables. La justicia ya no depende de la bondad de uno o varios individuos -si es que aún existe tal cosa-; ahora se somete al poder, al dinero, a los intereses de un sistema cuyo único fin es obtener ganancias. En este contexto se inserta Emma Zunz.


A cuatro años del final de la Primera Guerra Mundial, un 14 de enero, Emma se entera de la muerte “accidental” de su padre. Una vieja historia de traición entre éste y el ambicioso Aarón Loewental la hace pensar un homicidio, un homicidio que ella considera necesario vengar, aún a costa de su propio cuerpo. De entre tantos temas que, más allá del relato, el texto sugiere -la situación de las obreras, el sexismo, la ambición, el desprecio del otro sexo y del propio cuerpo, la reificación, el poder, etc.-, considero que el principal puede resumirse en una pregunta ¿se puede hablar de justicia en una sociedad degradada, desencantada de sus propias utopías? Las acciones de Emma y su sed de victoria son una búsqueda constante de esta respuesta. Sin embargo, Emma ya no es el héroe clásico, aquel que, tras la separación y la iniciación, regresa para cumplir su sino y triunfar. Ella, en realidad, es mujer y, “peor aún”, una obrera que no se separa, que no se inicia (o se “ilumina”) y, si pensamos que, en realidad, no es seguro que su padre haya sido asesinado, tampoco triunfa.


A pesar de su justificación, “He vengado a mi padre y no me podrán castigar”, Emma no consigue nada que la beneficie porque, a pesar de haber matado a Loewenthal sin pagar por ello, “no supo nunca si [éste] alcanzó a comprender” por lo que su “venganza” no puede considerarse del todo completa. Además, Emma regresó a su status quo, a la máquina salvaje en la que no es más que un engrane, un objeto (ya sea de producción o de “goce”).


Vemos, pues, que en una sociedad “caída de las rodillas de Dios y del Estado” la justicia es una utopía cada vez más lejana, y no depende ya de la bondad o la maldad, ni siquiera de los hechos concretos: depende del mercado,  la alevosía, el engaño, la traición y el poder.