Hoy no deseo hablar de política.

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Hoy no deseo hablar de política. Y no es indiferencia, porque al fin y al cabo escribir la palabra 'política' -ya van tres veces que escribo esta palabra- es hablar de política -cuatro. Pero no quiero, y si no quiero -aunque lo haga- es porque me siento algo cansada. Quisiera hablar de amor; contar la bella historia de un mundo de hombres y mujeres felices y su materialización de la "Edad de Oro"; un mundo de Quijotes y Dulcineas inmortales, de libros libres y filosofías en las calles. Quisiera que no existieran los fraudes, los asesinatos, las mentiras,  la gente engañada y los movimientos al borde de la extinción. Pero acá me tienen, pensándola y escribiéndola pese a mi negativa de hacerlo.

Supongo que es inevitable, ya saben eso de querer un país -¿un mundo?- menos mierda. Porque, a menos que se tenga una especie de anormalidad bioquímica, todos somos capaces de sentir el dolor, tanto el propio como el ajeno; y la situación actual nos lo brinda por montones. Y sin embargo estoy aquí tratando de hablar de otra cosa. Sucede que hoy, precisamente hoy, en medio del caótico panorama electoral mexicano, me llega información de todo tipo: la que desinforma, la que engaña descaradamente, la que manipula, la que se finge objetiva, la que busca con desesperación llegar con la verdad a los ojos y oídos de todos para que "algo" bueno surja de la conciencia colectiva... Yo me siento abrumada. El optimismo de días anteriores se me escapa lentamente, y yo me aferro a uno de sus últimos hilos, pero es tan delgado, tan frágil.

Por eso no quiero hablar de política -cinco-, porque me desalienta ver que cualquier pequeño-burgués (tenga o no tenga los recursos) dice cosas como "es mejor que regrese el PRI. Ellos van a pactar con los narcos, ellos dejan robar", "yo no quiero un país en el que cualquier huevón pueda ganar los nueve mil pesos que gano". Entonces uno, apasionado e iluso les contesta "pero, no se trata sólo de tu dinero, estamos hablando de un partido que roba elecciones, que saquea el país, que mata estudiantes", y ellos te responden como contestadoras automáticas, o periquitos, repitiéndote lo que escuchaste en la mañana en boca de uno de esos acarreados sin idea del amor a la verdad y a los demás. También me pone triste que mi madre le crea más a la tele que a mí, que muchos juzguen  como a un imbécil a quien tiene el "sueño" de hacer algo por y para los demás, antes de ver sus propuestas y escuchar lo que tiene que decir.

¿Por qué ese miedo al cambio? ¿Por qué esa resignación, esa pasividad? ¿Por qué esforzarse tanto en atarse las manos, teniendo la boca, las orejas y los ojos descubiertos? ¿O será que estoy preguntando mal?
¿Será, acaso, que en verdad la "minoría" que grita estar "hasta la madre" esta equivocada? Sí, quizá sea eso; quizá el mundo es una irremediable y enorme mierda, y no tiene sentido ver por nadie que no sea uno mismo, los amigos y familiares más cercanos; quizá es tiempo de dejar de soñar con despertar (¿o soñar despierto?) y dedicarse a dormir embrutecido por el canto de las sirenas sintéticas, envenenado por los químicos, enamorado del amor fingido; quizá uno deba olvidar el deber, la ética, el amor, la libertad; quizá uno deba sentarse en el lugar menos inseguro posible a ver como le montan un enorme circo en frente...

Por eso no me gusta hablar de política, porque la política -siete: número divino- enfrenta el sueño de unos (que deberían ser los más) y las ambiciones de unos pocos (el 1% de aquellos miserables sin la menor idea de lo que es ser un humano).

Una clase en FFyL

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Por eso quería contarte lo de mi clase de El Quijote. Fue, como te dije, hermosa. Aurelio empezó por hablar de la novela de una forma convencional, hasta que nos pregunto: “¿Recuerdan esas épocas de secundaria, cuando se enamoraron de alguien y jamás se lo dijeron; cuando él, o ella, les parecía Dulcinea, aunque el mundo les dijera que era Aldonsa Lorenzo? ¿Recuerdan a aquellas personas que ya no están pero que alguna vez les hablaron una Edad de Oro donde todo era de todos?” Me es difícil reconstruir todo lo que dijo, porque después de la primera pregunta ya empezábamos a llorar. Y sé que por escrito no parece gran cosa, pero oír a Aurelio hablando de El Quijote como “un libro que debe ser prohibido a todos aquellos que no han fracasado”, es algo difícil de relatar. Porque sólo alguien que ha fracasado –nos decía- tiene la capacidad de entender la novela de Cervantes; sólo alguien que emprendió algo que falló, pero no dejó de buscarlo, puede ver en Don Quijote algo más que un tipo que “se volvió loco por leer libros de caballería”; y sólo alguien que antepone los ideales que tiene por verdad a “todo lo otro” puede salir a los lugares de La Mancha a “desfacer entuertos” y “defender doncellas”, o en su defecto, estudiar Letras Hispánicas y tratar de hacer algo con el amor que uno les tiene.