Tesoros de los palacios reales de España. Algunas consideraciones

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INTRODUCCIÓN

Estemos conscientes de ello o no,  cada uno de nosotros tiene una forma de concebir la realidad. Esto, que podemos llamar una idea del mundo, no es un hecho aislado, sino el resultado de una serie de factores que están interactuando constantemente. En nosotros influyen las convenciones sociales, las ideas predominantes, los gustos impuestos y muchas otras cosas que, aunque parezca que son absolutamente personales, somos capaces de compartir porque nos vienen de afuera. Es decir que, aunque absolutamente nadie piensa igual, todos compartimos una cosmovisión de acuerdo a nuestra época y sociedad. Lo anterior puede manifestarse, entre otras cosas, a través del Arte. El Arte es una consecuencia directa del mundo interno y externo del artista. A veces pensamos que para estudiar el Arte, simplemente, hemos dividido a las obras y autores por corrientes, facilitando la comprensión. Sin embargo, cuando hablamos de corrientes, también nos referimos a las diferentes épocas y situaciones de cada una de ellas. Por lo tanto, la relación de cada corriente con su contexto es fundamental para que el estilo se defina y se dé. Hay que entender cada estilo como la respuesta al anterior, y saber que dicha respuesta depende de la idea del mundo que tienen los artistas.   
En este trabajo, que más que una investigación es una breve reflexión, vamos a ver qué sucede con dos corrientes: el Romanticismo y el Barroco. Pero, como un estudio de cada una de ellas nos llevaría demasiado tiempo y demasiado papel, nos enfocaremos únicamente en la relación que ambas corrientes mantienen con el Poder. Para ello fui de visita al Palacio Nacional, a una exposición llamada Tesoros de los palacios reales de España. Una historia compartida, y lo que haré a continuación será hablares un poco sobre la relación que tuvieron con el poder el Romanticismo y el Barroco, respectivamente. Después hablaré sobre uno de los objetos de la exposición y terminaré con algunas consideraciones.



El Romanticismo es una corriente que rompe con su antecesor, el Neoclásico; éste, a su vez, rompe con el Barroco. Cada una funciona respondiendo de manera opuesta a la anterior. En el particular caso de la relación que existe entre el Romanticismo y el Poder, podemos decir, a grandes rasgos, que esta corriente está totalmente en contra del Poder. El Arte debe tener su propia esfera y, por lo tanto, ser autónomo. Lo importante para la validación de una obra es la estética, o sea, la belleza que posee. Cada poema, cuadro y/o cualquier otra manifestación debe ser la expresión de la individualidad del sujeto. Todo esto desemboca en una separación total entre dicho sujeto y el resto de la sociedad –actitud que nutrirá al Existencialismo. El Romanticismo es la continuidad de la modernidad renacentista. Y, como tal, le da una importancia a la subjetividad, que será la piedra angular del resto de los ‘ismos’ de la Vanguardia.  
Es necesario que entendamos que el Romanticismo terminó siendo una cosmovisión, que implica ideas sociales, políticas y religiosas; como lo fue el Cristianismo en su apogeo

En el lado opuesto de esta postura se encuentra la estrecha relación que guardaban la idea del Arte barroco y el Poder; relación que se da de una forma totalmente distinta al “Arte por el Arte” romántico. Pues, a pesar de que el Barroco fue y es interpretado románticamente, en él no existe la autonomía del Arte. Esto significa que, en el Barroco, el Arte está ligado al Poder, porque es pagado por el Poder (la Monarquía y la Iglesia), el cual se encarga de controlar la difusión, la temática y la producción de la mayoría de las obras. De lo anterior resulta el hecho de que la validación de las obras de arte sea ideológica antes que estética, lo que puede entenderse si decimos que, mientras más cerca se está de la cultura oficial, más relevancia se tiene.
Para los barrocos, el sujeto es el porta voz del sector social al que pertenece, en particular, y de la sociedad misma, en general.

Una vez hecha esa breve comparación voy a hablarles sobre una pieza, que si bien no fue mi favorita por no poder competir con El Greco y Zurbarán, es bastante útil para tratar nuestro tema. Se trata del Sillón del trono de Carlos III, hecho en Nápoles por
Giovanni Battista Natali (1698-1768). Era parte del Salón del Trono del Palacio Real de Madrid, el cual conserva su decoración original. Los elementos centrales y más simbólicos de esa estancia son el gran dosel y el sillón del trono. Desde su creación entre 1763 y 1773, cada rey ha tenido su propio sillón, en su mayoría copia de éste primero. Está hecho de madera ensamblada, tallada y dorada, con terciopelo de seda bordado a realce con hilo entorchado de plata sobredorada. Actualmente se encuentra en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, Segovia.[1] Esta pieza  es una clara muestra del poder, porque nadie que no fuera el Rey podría usar (pagar) una silla como esta. Es evidente que cada detalle de ella tiene una finalidad propagandística: desde el color dorado, que representa lo divino, hasta la costosa y roja seda, que nos recuerda la sangre, la vitalidad, la fuerza y la guerra. En pocas palabras, este Sillón del trono, con la cara del mismo Carlos III en él, es la representación de todo el dinero y poder que el Rey tenía. Aquí vemos claramente como la habilidad, el talento, la creatividad, el tiempo y la dedicación de un artista están a disposición de aquel que pueda pagarlos. Ya lo dijo Quevedo: “Poderoso caballero es Don Dinero”.

Como consideraciones finales, podría seguir los lineamientos lo mejor posible, y hacer una pequeña síntesis de lo expuesto para después reafirmar la demostración de las posturas iniciales. Sin embargo, quiero hablar de otro objeto, que sin estar como pieza de la exposición, fue visto por todos los visitantes: un rifle. El arma era portada por dos de los soldados encargados de la “seguridad del Palacio”, que no es un museo sino “la casa del presidente”. Y si la menciono es porque, actualmente en México, esa es la forma de manifestar el poder: desplegar y amenazar al pueblo bajo cualquier pretexto, para que vea que el gobierno es capaz de matar a quien sea. ¿Mi comentario tiene que ver con el Arte? Sí, porque, aunque el rifle no puede ser considerado una obra de arte –a menos que uno sea admirador de las armas y haga una valoración en extremo subjetiva-, es la muestra más fresca y concreta de lo que la sociedad, que incluye a todo artista, está viviendo. El poder, hoy, se sirve de una exposición de arte para mostrarnos en el bello Palacio nacional como es que se relaciona con el sujeto: amenazándolo.
A pesar de que muchos de nosotros nos sentimos más identificados con la idea romántica del Arte, lo cierto es que vivimos demasiado cerca de la función Barroca del mismo. Porque si bien estamos llenos de ideas románticas, jamás hemos salido totalmente de la decadencia barroca. Ahora bien, podemos preguntarle a algunos de nuestros artistas: ¿Qué les importa más y con mayor frecuencia el “Arte por el Arte” o la fama y el dinero?  













[1] La imagen y su información fueron extraídas el 5 de febrero de 2012, desde:  http://www.tesorospalaciosreales.gob.mx/tesoros.php?sala=6&obra=118

LA UTOPÍA FRANCISCANA EN FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

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INTRODUCCIÓN

A grandes rasgos, al hablar de una utopía, entendemos un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que se nos presenta como irrealizable al momento de su formulación. Todos hemos tenido, la necesidad de pensar en otras alternativas, de buscar soluciones a los problemas y malestares del mundo que habitamos. Es evidente que no todas las respuestas son viables, a veces ni siquiera coherentes, pero es indudable que existe en cada hombre el anhelo de un mejor lugar.  
Uno de estos hombres es fray Bartolomé de Las Casas, uno de los más importantes pensadores del siglo XVI. Su utopía, que, en cierto modo, sigue siendo la de muchos, consistía, fundamentalmente, en el bienestar y la libertad (lo que actualmente llamamos derechos humanos) de los indígenas americanos. Sin embargo, no podemos afirmar con tanta facilidad que Las Casas era un simple utopista. Es necesario, primero que nada,  hacer unas aclaraciones a este respecto. Su utopía es resultado de una serie de elementos que vamos a analizar en el presente estudio. Muchos de estos elementos están relacionados con el pensamiento franciscano,  por ello hablamos de una “utopía franciscana”, aunque fray Bartolomé era parte de la orden de los dominicos. Vamos a basarnos en su Brevísima Relación de la destrucción de las Indias. Esta es una de sus obras más famosas. Algunos la catalogan como una antología de horrores[1] que, sin embargo, procuraba demostrar, sin falsedades ni invenciones,  lo injustas y perjudiciales que eran las encomiendas españolas en el Nuevo Mundo.
En torno a fray Bartolomé de Las Casas y su Brevísima relación, como ya señalaron varios estudiosos[2], se han formado dos bandos opuestos: los que ven en él al fraile inquieto, exaltado, sembrador de tempestades, causante casi único de la “leyenda negra” contra España; en el otro bando están quienes lo consideran el insobornable defensor de los indios vencidos y de la dignidad humana, y el que, en definitiva, salvó el honor de España. Nosotros optamos por verlo como un hombre que se preocupó por sus semejantes y, más importante aún, se dedicó a ayudarlos.
Es importante conocer el pensamiento de Las Casas, los fundamentos y trasfondos de su utopía y, más aún, preguntarnos qué tan vigentes siguen los problemas a los que se enfrenta y qué podemos luz podemos obtener de sus escritos e ideas.




LA FILOSOFÍA DE LAS CASAS

Como decíamos más arriba, lo que nos interesa es saber en qué consiste la utopía franciscana de fray Bartolomé de Las Casas. Sin embargo, es necesario que primero entendamos los fundamentos teóricos de su pensamiento, para una mejor comprensión de sus propósitos e ideas. Además, conocer lo que podemos llamar “su filosofía” echa luces sobre los puntos de contacto entre él y los franciscanos, y nos muestra la importancia de su Brevísima relación.
Bartolomé de Las Casas (1484-1566) fue un fraile dominico español que defendió los derechos de los indios como ningún otro. Por ello su aportación doctrinal puede centrarse en la antropología filosófica, la filosofía social o política y la filosofía del derecho.[3]
Su pensamiento es de carácter escolástico, pero se ha demostrado[4] que existe en él un influjo del erasmismo, a través de personas que lo acompañaban en la corte de Carlos V. Se puede apuntar como rasgo humanista la valoración que hace Las Casas de la cultura de los indios durante su historia anterior al descubrimiento, consciente de que había lo que podemos llamar un humanismo indígena. Pero, sin lugar a dudas, la muestra más importante de su capacidad y de la coherencia que mantuvo en la argumentación de toda su obra se manifestó en el debate que tuvo con Juan Ginés de Sepúlveda.
Sepúlveda, en una interpretación de Aristóteles, argumentaba que los indios eran unos bárbaros y que, por ello, eran siervos por naturaleza. En respuesta, Las Casas, valiéndose de su formación aristotélico-tomista, formuló lo que llamamos su concepto antropológico-filosófico de la persona humana[5]. Según, este concepto, la naturaleza humana consta de un cuerpo y un alma espiritual, a la que advienen predicados esenciales y propios, y que hacen surgir los deberes y los derechos. Todos los hombres cumplen con los predicados; unívocamente y sin jerarquías ni privilegios. No existen entre ellos diferencias ni esenciales ni substanciales, sino accidentales. Además, el hombre posee la racionalidad, y de ella se deriva la libertad. Pues de la conjunción entre razón y voluntad (en la que la primera guía a la segunda) resulta la libertad. Entonces, si el primer atributo es la razón y el segundo la libertad, el tercero es la sociabilidad; y la religiosidad viene de estos tres atributos. De la racionalidad se deriva la búsqueda de la verdad, de la libertad la búsqueda del bien, y de ambas la religiosidad pues es la búsqueda de la Máxima Verdad y el Sumo Bien, que es Dios. Sin embargo, la sola razón natural no alcanza para llegar a la religiosidad perfecta, y por ello se hace necesaria la revelación. Esto constituye un derecho del hombre, a saber, tener acceso a la verdadera fe, lo que hace necesaria la predicación a los indios. Además, y para evitar la aplicación simplista de la teoría de Aristóteles, Las Casas habla de los cuatro tipos de barbarie que describe el filósofo griego. El primer sentido que el término puede tener es impropio, es decir, que comprende a todos aquellos hombres que son crueles e inhumanos y que se comportan como tales. Y en este caso, si entendemos así el término los mismos españoles –dice Las Casas- caerían bajo este apelativo. El segundo sentido es el de aquellos hombres que no hablan el idioma de otro pueblo o que no tienen un idioma constituido como tal. Esto nos remite a cualquier pueblo, y no justifica la esclavitud. El tercer sentido se refiere a los hombres de pésimo instinto, crueles, feroces, aquellos que son más bestias que humanos. Estos son lo que, según Aristóteles, hay que someter. Sin embargo, por su naturaleza, este tipo de hombres son raras excepciones y no todo un pueblo, pues afirmar que Dios es capaz de crear a tantos seres imperfectos es dudar de su perfección. En el cuarto tipo están los no-cristianos, en este caso los indios. Pero ellos no tienen la culpa de su condición; por eso hay que atraerlos a la verdadera fe, no con la violencia sino con el amor. Esto es el deber de los cristianos y el derecho de los indígenas.
En este debate con Sepúlveda en particular y en los enfrentamientos con casi todos los conquistadores, colonos, encomenderos y religiosos evangelizadores los conceptos clave son la guerra justa, la evangelización por fuerza y la encomienda, siendo la oposición a este último lo que lo llevaría a escribir su Brevísima relación.
Lo que subyace en el fondo de estos conceptos polémicos y polemizados es el carácter humano o no humano, de bárbaros o civilizados, de hijos de dios o hijos del diablo de los indios[6].
Podemos resumir el pensamiento de fray Bartolomé de Las Casas en cuatro puntos o ideas principales: 1) los indios no carecen del uso de la razón; por el contrario: son seres muy capaces, por lo que carece de fundamento tenerlos de siervos “a natura”; 2) esclavizarlos o reducirlos a servidumbre es algo que va en contra de la religión cristiana; 3) apelar a que son siervos “a natura” no es más que un pretexto para tiranizar; y 4) las guerras contra ellos han sido siempre injustas, y no sólo no les deberían despojar de lo suyo, si no que se les debería restituir lo que se les ha tomado, por haber sido un robo.




LA UTOPÍA

Después de esto, estamos listos para ver que relación tiene fray Bartolomé de Las Casas con la utopía franciscana.  Encontramos cuatro principales puntos de contacto: a) la idealización de los indígenas, b) las tendencias erasmistas, c) el deseo de una iglesia indiana libre de los malos ejemplos de los españoles, y d) la importancia de los evangelios y la concepción del cristianismo.

a) La idealización de los indígenas.

Las aspiraciones utópicas del catolicismo medieval, todavía vivas, fueron una vez más, despertadas por el descubrimiento de esa “isla lejana” que fue América. En el Nuevo Mundo, las órdenes, recién llegadas, intentaron construir una sociedad a su imagen y semejanza.
Y en el caso de los franciscanos, que encerraban en su pensamiento el principio de la regeneración de la humanidad, había la esperanza de una reforma general del mundo, esperanza que se materializó en los indígenas. Para ellos y para fray Bartolomé, los indios eran simples, con una falta total de codicia, pobres, pacíficos y dulces; era necesario solamente convertirlos a la fe para construir una república perfecta de hombres bienaventurados, que pudieran esperar en paz el Juicio Final[7]. Eran, como el resto de los hombres, creaturas de Dios, hechos a su imagen y semejanza; seres racionales, en esencia, que por bárbaros y brutos que fueran en apariencia siempre estaban en disposición de convertirse en seres políticos y sociales, capaces de hallar la salvación en la verdadera fe.
Podemos encontrar la expresión de estas ideas en toda la Brevísima relación. Por ejemplo en el prólogo que dirige a Felipe II, cuando le dice: “aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden”.[8]

b) Las tendencias erasmistas.

Como señalamos más arriba, a pesar de su educación escolástica medieval, se sabe que Las Casas tuvo cierto influjo erasmista, influjo que comparte con los franciscanos. Este influjo consiste, entre otras cosas, en una pronunciada tendencia a dar a las nuevas comunidades de creyentes un sentido de solidaridad social, amplia y efectiva que faltaba en las peninsulares. Abunda la idea y el propósito de que la hermandad cristiana, presidida por el principio de amor al prójimo, debe tener alcance general, trascender a todos los aspectos de la vida. Y ser, por tanto, correctivo de la desigualdad social.[9]
Franca, optimista, profundamente positiva, la doctrina de Las Casas, revestida de este aspecto del erasmismo, se ofreció como una reacción contra toda discriminación racial, contra todo orgullo racionalista. La igualdad del hombre, en su racionalidad halla en fray Bartolomé un buen expositor. Este constante argumento a favor de la vida, la libertad y el trato humano se encuentra repetidas veces: “incumbía por su oficio pastoral darles remedio para su ceguedad y peligro, lo cual no suele darse por otra vía después de la predicación y la doctrina”[10].


c) El deseo de una iglesia indiana libre de los malos ejemplos de los españoles

En 1516, cuando el regente Cisneros le pidió a fray Bartolomé que propusiera un plan para remediar la situación que denunciaba, él propuso que se formaran comunidades de indos libres, gobernados por caciques elegidos por los propios indios, supervisados por funcionarios españoles y con el compromiso de pagar algún tributo a la Corona. Todo estaría bajo la autoridad de una comisión. La finalidad de esto era la supresión de la encomienda. Este intento fracasó, por lo que Las Casas hizo uno nuevo, que consistía en una colonización pacífica por medio de campesinos españoles, que fueran a mezclarse y a enseñar a los indígenas como cultivar la tierra, otras artes y, sobre todo, para que, viviendo cristianamente entre ellos, atrajesen su voluntad hacia el cristianismo. Este intento también fracasó[11].
A pesar de la imposibilidad de su realización estas utopías de fray Bartolomé son importantes, porque demuestran la capacidad del este hombre para denunciar con la historia y la filosofía como armas y de proponer para logar la igualdad de los hijos de Dios.
El punto de contacto con los franciscanos está justamente en la tendencia a fundar una nueva república con una nueva iglesia en la que los indios no fueran corrompidos por los codiciosos españoles. Existía el deseo de fundar en Nueva España una Iglesia como la de los primeros tiempos, un regreso a lo primitivo en una nueva tierra. Había que aprovechar la naturaleza mansa de los indios, que los predisponía no sólo a ser buenos cristianos sino varones perfectos y apostólicos; que una vez convertidos se acercaban a los sacramentos con tanta fe y constancia que daban el ejemplo a los mismos españoles[12].


d) La importancia de los evangelios y la concepción del cristianismo

Toda utopía requiere de una esperanza, y la que los franciscanos y fray Bartolomé compartían era la de una reforma general del mundo y la situación que enfrentaba, está se daría por la restauración del Evangelio, llegando a un estado de igualdad y perfección. La diferencia estaría únicamente, en que Bartolomé no sólo cree en la importancia de aplicar el Evangelio, sino que lo usa para argumentar, combinándolo con sus bases escolásticas.
El caso de la concepción del cristianismo de Las Casas y de los franciscanos es más complejo, porque el cristianismo sufrió una serie importante de cambios durante el final de la Edad Media y el Renacimiento. Con el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo, sus habitantes fueron puestos a la hora del capitalismo mercantil de occidente, desde el momento en que la masa de la población india fue puesta a trabajar en beneficio de los conquistadores y de los hombres de negocios españoles. Pero también ideológicamente, porque la conversión de los indios por las órdenes los introdujo a un cristianismo portador ya, de la mentalidad mercantil[13].  En ese sentido, el aspecto más profundamente renovador del franciscanismo era el deseo de regresar al cristianismo a su pureza original. Este pensamiento que abarca todos los otros elementos del ideal de san Francisco, fue el que propició que las corrientes que buscaban un cambio dentro de la Iglesia encontraran simpatizantes en la orden de frailes menores[14].
Por su parte, fray Bartolomé de Las Casas se sale del cristianismo de la mayoría de sus compatriotas, pero también del cristianismo a secas; rebasa sus fronteras para, desde una perspectiva humana, criticar las acciones de los cristianos. Sin embargo existe un punto de contacto importantísimo entre las concepciones del cristianismo de Las Casas y los franciscanos: el anteponer la práctica de los evangelios a las normas de la iglesia. La mayoría de los cristianos (conquistadores, colonos y hasta religiosos) no podía ni quería vivir el cristianismo de los Evangelios, porque se los impedían sus intereses, o simplemente su incapacidad de ver más allá. Pero tampoco podían negar que fray Bartolomé tuviera razón, pues eso implicaba negar ser aquello que, sin serlo, pretendían ser.
La perspectiva del hombre hace que Las Casas sea más cristiano que los cristianos. Es notable su preferencia por la libertad a la evangelización, pues sabe bien que no puede existir ésta sin aquella, por ello apuntaba que un bautismo sin concientización y sin conversión íntima es mojarle la cabeza a un idólatra. Además de exponer la gran contradicción de los españoles: siendo la evangelización la aceptación consiente y voluntaria del mensaje de Jesús, y la guerra, una irrupción violenta, destructora y sembradora de odios y resentimientos, destruye toda posibilidad de evangelización[15].




Para concluir no queda más que recordar lo necesarias que son los utopías para la humanidad. Sin la utopía de Las Casas, la voz de los indios no habría podido escucharse. Respecto a la leyenda negra, consideramos que esta no depende tanto de la Brevísima relación como de la necesidad de los protestantes de poner al resto de Europa en contra de España, es decir, que pudo hacerse con o sin la obra de fray Bartolomé. Pero, de no existir ésta, la historia de la lucha por lo derechos y la dignidad del hombre, habría perdido a uno de sus más grandes exponentes.
Estamos de acuerdo con quien[16] asegura que en la vida y obra de Las Casas existe una grandeza que es, al mismo tiempo, la debilidad del polémico fraile: la grandeza está en que en el terreno teórico nunca fue rebatido, y no lo fue porque, sencillamente, era irrebatible; su debilidad estuvo en que siempre fue derrotado en el terreno práctico.  Sin embargo, su visión es fundamental pues en ella todos los conquistadores, todos las personas esforzadas y deslumbrantes de tantas historias y crónicas, no pasan de ser figuras tenebrosas, crueles e insensibles, sin piedad ni caridad cristiana. A la tela épica Las Casas le da la vuelta y muestra su revés –o su derecho-, la miseria, la crueldad hecha un hábito, la impiedad de la espada de Aquiles[17].



























BIBLIOGRAFÍA

DIRECTA:
LAS CASAS, Bartolomé de, Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Madrid, Jorge A. Mestas, 2006.

INDIRECTA:

BEUCHOT, Mauricio, Historia de la filosofía en el México colonial. Barcelona, Herdor, 1996.

CAMORLINGA ALCARAZ, José María, El choque de dos culturas (dos religiones). México, Plaza y Valdés, 1993.

MIRANDA, Francisco, et. al., Iglesia y religiosidad. México, El Colegio de México, 1992.

NETTEL DÍAZ, Patricia, La utopía franciscana en la Nueva España. México, UAM, 1989.

RUBIAL, Antonio, La hermana pobreza. El franciscanismo: de la Edad Media a la evangelización novohispana. México, FFyL UNAM, 1996.

SALAS, Alberto M., Tres cronistas de indias. Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, fray Bartolomé de Las Casas. México, FCE, 1959. 









[1] Alberto M. SALAS, Tres cronistas de indias. pp. 275.
[2] José María CAMORLINGA ALCARAZ, El choque de dos culturas (y dos religiones), pp. 79.
[3] Mauricio BEUCHOT, Historia de la filosofía en el México colonial, pp. 62.
[4] Marcel Bataillum, citado por Mauricio Beuchot. Ibídem, pp. 63.
[5] Todo este apartado es un breve resumen  del texto de Beuchot.
[6] José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 85.
[7] Patricia NETTEL DÍAZ, La utopía franciscana en la Nueva España, pp. 18
[8] Bartolomé de LAS CASAS, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, pp. 16.
[9] Francisco MIRANDA, et. al., Iglesia y religiosidad, pp. 30.
[10] Ibídem, pp. 134.
[11] José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 84.
[12] Antonio RUBIAL, La hermana pobreza. El franciscanismo: de la Edad Media a la evangelización novohispana, pp. 120.
[13] Patricia NETTEL DÍAZ, Opp. cit., pp. 21.
[14] Antonio RUBIAL, Opp. cit., pp. 102
[15]  José María CAMORLINGA ALCARAZ, Opp. cit. pp. 93.
[16] Ídem.
[17] Alberto M. SALAS, Opp. cit., pp. 276. 

El estoicismo, una de mis pasiones.

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Hoy, en mi clase de filosofía, el profesor nos dijo que, para evaluarnos, debemos hacer una exposición en la que digamos al grupo cuál es nuestra pasión. Para evitarnos de problemas, todos estuvimos de acuerdo en que una pasión es “una actividad que al realizarse nos produce placer, que nos mueve a esforzarnos por mantenerla y seguirla; que gozamos compartir;  por la que nos atrevemos  a crear y modificar nuestras actitudes y pensamientos y, con ello, la forma en que nos vemos y desarrollamos; es algo que defendemos y necesitamos para llamar vida a este camino a la muerte”.

Entonces, es más o menos sencillo saber qué es lo que nos provoca esto, aunque no siempre es una sola e inamovible cosa. En mi caso, son tres cosas las que, felizmente, puedo llamar pasiones: las mujeres bonitas, los estudios de género y la filosofía estoica. Cada una tiene su propia razón de ser, aunque se necesita ser estoica para asumir conscientemente el hecho de ser mujer, y se necesita ser lo menos sexista posible para amar lo verdaderamente bello de una mujer hermosa. Después de todo, uno siempre encuentra la forma de interconectar todos sus gustos y disgustos, pasiones, amores y repulsiones en un conjunto que no siempre es armónico, pero casi siempre lo parece.

Hablar de cada una de las pasiones que tengo sería un poco complicado, y daría pie a esa costumbre mía de jamás darle seguimiento a una idea. Por ello, sólo me enfocaré en una, aunque la explicación previa me resulto oportuna y, sobretodo, grata. La pasión más resiente -y necesaria en estos tiempos caóticos de asumirme y aceptarme en la realidad que me tocó vivir- es la filosofía estoica. Lo más seguro es que, si alguien me pregunta, mis nociones de estoicismos estén muy lejos de ser las de un especialista. Sin embargo, más que una cátedra, esta entrada es para compartirles, a través de mis razones, un poquito del maravilloso camino del estoicismo.

Si les gustan los datos biográficos, puedo decirles que la escuela fue fundada por Zenón de Citio; que tiene tres grandes períodos: Estoicismo antiguo, Estoicismo Medio y Estoicismo Imperial, mismos que coinciden con la transculturación de Grecia a Roma. Si quieren algunas características de la escuela, debo mencionarles que su estudio se divide en tres grandes y principales ramas: la Física, la Lógica y la Ética; que es una escuela racionalista, panteísta (Dios está en todas las cosas) y una filosofía de la praxis, que tiene como único fin la felicidad.
Pero si de verdad les interesa la introducción de un especialista, el texto ideal es La filosofía helenística de Alfonso Reyes (FCE, col. Breviarios: 147). Lo que yo quiero es decirles porque me apasiona la filosofía estoica. Como ya sabemos, vivimos en unos tiempos difíciles: todo parece ser dinero, sed de poder, falta de humanidad, injusticia y desesperanza absoluta; esto es  “una mierda”, en dos palabras. Y  aunque hemos comprado en su totalidad la idea de que la filosofía no es más que una inútil abstracción constante, resulta que nace no sólo de cuestionarse o de la trillada etimología del “amor a la sabiduría”, sino de la necesidad de buscar una respuesta ante los conflictos de la vida cotidiana –porque no siempre se trata de “decir lo que todo el mundo sabe con palabras que nadie entiende”. Ya lo dijo Vico: “La filosofía reconoce al hombre tal y como es; si ha caído y es débil, la filosofía debe ayudarlo”. Para mí, no hay una mejor descripción de la filosofía, en este caso de la estoica, porque es justo así como la veo.

Cuando acudo a la filosofía estoica, sé perfectamente que no debo esperar una lectura con la que podré lucirme en un bar con mis amigos intelectuales –en realidad esa es una de las cosas que, según Epicteto, no debemos hacer-, porque la busco, precisamente, para quitarme ese tipo de vicios de encima. Para mí, como para muchos otros, el ideal del sabio estoico está a años luz de realizarse. Sin embargo, y como dice Séneca para defender a la escuela de esta constante crítica, en el camino hacia la virtud –y, por lo tanto, a la felicidad- existe el progreso. Es decir, que si bien la cima está muy lejos no es imposible dar el primer paso. Podemos comenzar por reconsiderar y “suspender” los juicios que hacemos de las cosas, con la finalidad de evitar cualquier prejuicio. Por ejemplo, si alguien decide insultarme, antes de reaccionar violentamente, o de cualquier otra forma, sin pensarlo, es más conveniente ver la acción tal y como está sucediendo, o sea, sin prejuicio alguno. Yo debo entender que lo que esa persona dice no son más que palabras, y que no depende de mí si  las dice o no. Lo que sí depende se mí es el juicio que haga sobre la importancia de dichas palabras, importancia que no existe, pues si las cosas no dependen de mí no tienen porque afectarme.
Entiendo que esta explicación no es muy clara, pero en ella se ve una de las razones por las que la filosofía estoica me es tan necesaria: al ser filosofía de la praxis, exige mucho más que una simple comprensión de lectura y predicación de las posturas: requiere de una disciplina y un reconocimiento constante de los vicios y los errores, que deben ser erradicados. No basta con conocer a todos sus autores, hay que tenerlos por maestros y ejemplos y, de ser posible, hay que actuar como si siempre nos estuvieran viendo.
Seguramente tengo algunas otras razones, pero todas recaen en una: el estoicismo me apasiona y, por lo tanto, me es necesario, porque en él encuentro un camino y un primer paso hacia la felicidad y la adversidad de estos tiempos. Con el estoicismo no me pierdo en mis abismos, por el estoicismo creo en la posibilidad de vivir esta vida. El estoicismo es mi lugar y mi refugio, mi bastón y mi sustento, mi oportunidad y mi escalera.